Se originó en China, donde los arqueólogos han encontrado dibujos de la preparación del queso de soja que datan del período Han tardío (d.C. 22-220).
Dice una leyenda china que el tofu lo creó el cocinero del señor Liu An, un gran filósofo y estadista de Huai-nan, alrededor del 164 a.C., cuando le añadió un poco de nagari a unos frijoles de soja para darles un poco de sabor, y luego se le olvidó el mejunje.
El nagari es cloruro de magnesio, que tradicionalmente se obtenía de agua de mar en sitios cerca al litoral y que se usa aún hoy en día para la producción del tofu.
Al día siguiente, el cocinero de Liu An se encontró con la cuajada, y así nació el asunto.
Desafortunadamente, de los documentos originales que registran este acontecimiento ya no queda ninguno. El más antiguo que perdura es el Seiroku, escrito durante la dinastía Sung (960-1127), más de mil años tras su invención.
De China pasó a Corea y de ahí llegó a Japón en el siglo VIII.
Hay varios grados de tofu, desde el tipo suave, llamado tofu de agua (kinogoshi en japonés y sueytofu en chino), hasta uno bien firme.
Mientras tanto, en Japón también hacen una distinción entre un tofu denominado “de seda”, que tiene una textura parecida a la de un flan sumamente delicado, y otro más firme, llamado “de lino”, con textura firme.
Por lo general, el más suave se utiliza para comer frío mientras que el más firme, por ser “más aguantón”, se usa en platos cocidos.
También se puede comprar tofu ya frito, en cubos.
Aquí en Panamá, en ciertas tiendas orientales, se encuentra el tofu en la sección de refrigerados.
Los tofu japoneses, por lo general, vienen en pequeñas cajitas tetrapak, como las de los juguitos de los niños, y te indican de qué tipo es.
Además, la comunidad china nacional fabrica tofu artesanal, que se puede encontrar en recipientes de plástico, cubierto de agua.
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