No es por casualidad que los dos animales –mamíferos, digamos— domésticos más populares entre los homo sapiens sean el gato y el perro. Sobre el gato, de sobra sabemos por qué: desde tiempos del antiguo Egipto (desde hace por lo menos 3 mil 500 años), se llegó hasta a adorar al gato, Felis silvestris catus, porque ayudaba a la existencia humana, al comerse a los ratones y demás alimañas que presentaban amenazas contra, primeramente, las reservas de grano y, segundo, contra la salubridad en general, al ayudar a exterminar especies como los antedichos roedores y ciertos reptiles, etc.
El caso de los perros, Canis familiaris, es mucho más interesante y complejo. Muchas personas creen que el perro es el mejor amigo del hombre, y se le atribuye cualidades psicológicas y antropomórficas: entre las razas de perros falderos, por ejemplo, existen marcadas características antropomórficas que los asemejan a niños humanos: Ojos pequeños, frentes curvas, trompitas chiquitas. Pero hay un hecho subyacente, que ha salido a relucir hace poco, gracias a las nuevas técnicas de ADN.
Según el sicólogo Stanley Coren, autor de How to speak Dog, un aspecto de la evolución humana que nos dio superioridad sobre los otros primates fue nuestra habilidad de crear herramientas. Mucho de esto, dice Coren, se debe al perro. Contrario a lo que pueda creer el que adopta o compra un perro, originalmente el perro fue el que adoptó al hombre. Estar cerca de una tribu nómada le ofrecía al canino protección contra animales mayores, cobija, calor y alimento.
Los perros, por su parte, resultaban útiles al hombre porque sus sentidos del olfato y oído, mucho más agudos, permitían detectar tempranamente la presencia de intrusos, dando así una ventaja táctica en caso de depredadores.
Pero estudios más recientes han encontrado que la sociedad homo-canis puede haber comenzado hace 100 mil años, mucho antes de lo que se consideraba factible hasta hace poco.
Para comprender la importancia de este hecho, J. M. Almans, autor de Evolving Brains, presenta la teoría de que nosotros subsistimos y el Neandertal no, porque éste no tenía perros. Caminar erecto también lo ayudó a usar sus manos para desgarrar alimentos, haciendo innecesaria una mandíbula poderosa, pero gracias a la capacidad de detección, caza y defensa del perro, la fisionomía del hombre pudo evolucionar: al no necesitar un olfato más desarrollado, pudo desarrollar una laringe y cuerdas vocales que le permitieran adquirir el don del idioma. Además, especula Almans, otro aspecto del aporte del perro a nuestra sociedad se puede observar en nuestra era.
Las tribus que no tienen perros por lo general tienen que abandonar sus asentamientos cada dos o tres años, cuando finalmente han contaminado su entorno con sus desperdicios.
Las tribus con perros, por otra parte, tienen un "limpiador" natural, ya que los perros se encargan de disponer de los huesos, carroñas y demás desperdicios del hombre. Por tanto, especulan los científicos, es muy posible que el modelo antropológico clásico, en que se cree que la agricultura se introdujo hace 20 mil a 35 mil años, y que precedió a la adopción del binomio hombre-perro, es errada.
Fue la simbiosis entre las dos especies la que permitió al hombre una existencia sedentaria que llevara a la agricultura y por tanto, a la civilización.
