El Museo de Arte Contemporáneo (MAC) acoge, a partir del 25 de junio, la exposición Preguntas al espejo, una muestra a gran escala del artista Gustavo Acosta, reconocido pintor cubano que ha basado gran parte de su extensa obra en la reproducción obsesiva de imágenes urbanas que desenmascaran la alienación y la soledad, la impotencia y el temor, haciendo evidente para una parte de nuestra consciencia -esa que se maneja al margen de la lógica y el pensamiento discursivo- el carácter opresivo de la moderna sociedad de masas.
Sus cuadros, aparentemente imbuidos de la racionalidad más absoluta, con gran atención a la geometría, al orden y al equilibrio, presentan, sin embargo, una tensión subyacente, una suerte de paradoja que se manifiesta mucho más en aquellas obras en las que el trazado ortogonal del paisaje citadino y los ritmos repetitivos de las imágenes de colectividades suburbanas construidas en serie, ponen en evidencia aquella cualidad monstruosa típica de los sueños de la razón, que en este caso produce monstruosas urbes.
Desproporcionadas en su extensión y perversas en su intención, las ciudades contemporáneas son vistas por el ojo aguzado de Gustavo Acosta como un gigantesco artefacto al servicio de un poder oculto.
El artista asume aquí un papel de médium, haciendo emerger de manera más eficaz que un ensayo sociológico, los terrores y neurosis de las colectividades modernas, ya sea en ciudades en que se vive bajo regímenes totalitarios en los que el Estado materializa las más descabelladas pesadillas orwellianas, o en urbes cosmopolitas de sociedades aparentemente “libres”, en los que un sistema económico de increíble poderío impulsa a los urbanitas al consumo desmesurado, orientados por el jingle pegajoso y custodiados por omnipresentes cámaras vigilantes.
Es así como Gustavo Acosta trabaja en la frontera entre la razón más pura y la locura. Elabora poderosas composiciones que resultan sobrecogedoras para quienes lo urbano no es ajeno, haciendo patente un sustrato enfermo, un pathos, un desajuste sin lugar preciso. Quizá esta sensación perturbadora obedece no solo a la escala de la mayoría de los cuadros, sino también a la ausencia de la figura humana invisibilizada tras muros y techos, con un no sé qué de túmulo sepulcral.
Con este trabajo singular se nos revela la geografía emocional del artista. A partir de sus obras anteriores, en las que pinta espacios urbanos vistos desde una perspectiva que reproduce la del hombre de la calle, su obra experimenta una progresiva mutación. Poco a poco, se produce un paulatino elevamiento del punto de vista del artista hasta alzar el vuelo.
El resultado es una visión panóptica con la que Gustavo Acosta logra, de alguna manera, un vuelo del espíritu que se sustrae así a la opresión y a las mezquindades de los imperfectos sistemas humanos en los que la neurosis, la paranoia y la invitación al suicidio están siempre presentes.
Junto con el pintor observamos ese paisaje trascendente que es proyección de su conciencia y nos elevamos montados sobre las espaldas del artista en un vuelo mucho más afortunado que el que tuvo Ícaro.
Salir de la sala de exhibición nos puede acarrear una sensación extraña; tocamos el sol con la mano y nos devuelven al mar de lo cotidiano sanos y a salvo, quizá algo perturbados.
La serie de cuadros seleccionados para esta muestra, a manera de narración fragmentaria, posee una energía comunicante poco usual.
A través de una selección de obras de mediano y gran formato, el público podrá enfrentarse a una obra sugerente y provocadora.
Organizada con la curaduría de Mirie De La Guardia, la exposición Preguntas al espejo contará, además, con la edición de un catálogo con texto de Carol Damian, directora del Museo de Arte Patricia y Phillip Frost de Miami.





