Las recientes auditorías a las planillas de la Asamblea Nacional, realizadas por la Contraloría General de la República, despertaron en mí una vieja memoria: el cargo de “promotor deportivo”.
Hace seis años, cuando estalló la polémica planilla 080, se reveló que más de 2,700 personas estaban nombradas bajo esa figura, supuestamente para trabajar en pro del deporte. La cifra era escandalosa: un promedio de 38 promotores deportivos por cada diputado. Y hoy, al buscar rastros de ese cargo, me encuentro con una desaparición curiosa. Hay promotores culturales, comunales… pero promotores deportivos, como tal, ya no aparecen.
Me pregunto entonces: ¿hacía falta ese cargo? ¿Cuál era su función real? ¿O fue simplemente una pantalla para botellas?
No tengo todas las respuestas, pero sí tengo una convicción: si hay voluntad genuina de impulsar el deporte, bienvenida sea cualquier figura que tenga impacto real en nuestras comunidades, especialmente en la juventud. Pero eso debe venir acompañado de preparación, estructura y seguimiento. No se trata solo de nombrar personas, sino de formar profesionales con vocación y capacidad.
Hoy día, el Comité Olímpico de Panamá ofrece más de 18 tipos de diplomados enfocados en distintas ramas del deporte. Ese debe ser el primer peldaño de la pirámide: educación formal, constante y supervisada. Promotores deportivos —si han de existir— deben formarse en entrenamiento, gestión deportiva, ciencias aplicadas, psicología del deporte, entre otros. No basta con ser allegado de un político o simplemente tener tiempo libre.
El deporte panameño no puede depender de la improvisación ni de la politiquería. No podemos seguir esperanzados en el político que usa el deporte como plataforma de mercadeo personal o en quien lo ve como un hobby. Necesitamos un sistema deportivo con bases técnicas y humanas sólidas. Solo así volveremos a construir historias como la de Irving Saladino o Atheyna Bylon.
¿Volverán los promotores deportivos? No lo sé. Pero si regresan, que sea con otra visión. Con preparación, con metas claras y con seguimiento real. No más nóminas fantasmas. El deporte merece respeto. La juventud también.
