A horas de terminar el 2025, queda esa sensación difícil de explicar que solo dejan los años intensos: cansancio, orgullo y, sobre todo, reflexión. Panamá cierra un calendario que no fue perfecto —ninguno lo es—, pero que sí dejó triunfos individuales y colectivos que merecen ser reconocidos sin euforias desmedidas ni amnesias selectivas. Porque reflexionar también es parte de crecer como país deportivo.
Cuando Pateando la Mesa inició, la idea era simple: hablar de lo que nos gusta, de lo que sentimos como propio, de nuestro deporte. Y como suelen decir en nuestro fútbol, es nuestro vino: amargo, sí, pero nuestro. Esa frase resume bastante bien la relación que tenemos con el deporte panameño, una mezcla constante de pasión, frustración y esperanza renovada. Desde aquí se ha cuestionado mucho —y se seguirá haciendo— a la dirigencia, a las decisiones mal tomadas y a los silencios incómodos. Pero cerrar el año solo desde la crítica sería injusto.
Por eso, esta vez corresponde aplaudir a todos aquellos que trabajan de forma desinteresada, muchas veces en silencio, por el bien de la juventud panameña. Entrenadores, formadores, dirigentes de base, padres y voluntarios que sostienen estructuras frágiles con más vocación que recursos. Sin ellos, cualquier discurso de alto rendimiento sería puro humo.
Dicho eso, vale la pena ordenar algunas reflexiones.
Primero, Panamá se ha convertido —con hechos, no con discursos— en el país que se roba la atención futbolística de Centroamérica. No porque lo digan los programas de opinión, las cabinas de radio o las redes sociales, sino porque no hay categoría en la que Panamá no compita. Desde selecciones mayores hasta juveniles, masculinas y femeninas, el país sale a jugar, a proponer y a incomodar. Ese es el verdadero indicador de crecimiento. El reto es no perder el norte cuando cambien los nombres, cuando roten los directores técnicos o cuando la dirigencia federativa se renueve. El camino está trazado y desviarse por impulsos cortoplacistas sería un error que ya conocemos demasiado bien.
Segundo, el boxeo profesional panameño tiene hoy dos estandartes claros: Científico Núñez y Nathaly Delgado. Dos nombres que sostienen el presente del circuito y que, además, representan estilos, sacrificios y contextos distintos. El gran desafío está fuera del ring: lograr que las funciones boxísticas en la ciudad capital resurjan como en otros tiempos. Que salga a relucir los ‘sold out’ para así ofrecer bolsas más significativas y construir una base sólida para el talento local. El boxeo profesional sigue vivo, pero necesita escenario, constancia y visión empresarial para no depender siempre de esfuerzos aislados.
Tercero, el podio colectivo en los Juegos Centroamericanos Guatemala 2025 dejó algo más valioso que medallas: evidenció que la organización sí importa. Durante años se habló de que en Panamá hay talento para todo, y es cierto. Pero esta vez corresponde resaltar la labor planificada que se viene desarrollando desde el Comité Olímpico de Panamá para competencias regionales. El crecimiento del equipo de trabajo, los diplomados y los cursos orientados a tecnificar la labor de los entrenadores no son un gasto, son una inversión. Y darán resultados. Posdata necesaria: no debe existir miedo ni cautela a la hora de comunicar un resultado deportivo cuando no es el esperado. Al final, el deporte es eso: alguien gana y alguien pierde.
Cuarto, el béisbol sigue siendo el deporte de los panameños. En cuestión de días volverá la fiesta, el ritual que atraviesa provincias, familias y generaciones. Ser la alegría del pueblo también exige responsabilidad. Los campeonatos deben estar a la altura de la tradición y de las circunstancias actuales, pero sin olvidar algo clave: la experiencia del fanático. Poco se dice, pero el béisbol panameño ya demanda mayor puntualidad y menos pérdidas de tiempo, como ocurre en las Grandes Ligas con el reloj del lanzador.
Quinto, la dirigencia estatal y los estadios. El 2025 fue una radiografía clara de lo letal que resulta dejar las cosas al azar. Estadios que esperan por abrir, otros que claman por mejoras urgentes, y proyectos inconclusos que reflejan un quinquenio irresponsable en materia de infraestructura deportiva. Queda la esperanza —y la exigencia— de que en 2026 el barco enderece el rumbo y se entienda, de una vez por todas, que el deporte no puede seguir siendo una improvisación.
El año se va, pero el deporte panameño no se detiene. Que el cierre del 2025 sirva para agradecer lo logrado, corregir lo fallado y asumir con seriedad lo que viene. Feliz año para todos, con una última reflexión que no es menor: solo 11 países en el mundo iniciarán este nuevo año con presencia tanto en el Clásico Mundial de Béisbol como en la Copa Mundial de la FIFA. Panamá es uno de ellos.

