Han pasado siete años desde que Jezreel Corrales perdió su título mundial en la báscula, y desde entonces, ningún panameño ha logrado ceñirse una faja de campeón en el profesionalismo.
¿Está el boxeo panameño en crisis?
Este largo ayuno contrasta con la rica historia pugilística del país, que desde 1929, con Panamá Al Brown, ha dado 30 campeones mundiales.
Desde entonces nombres como Laguna, Frazer, Durán, Pinder, Marcel, Ríos, Luján, Pedroza, Zapata, entre otros se colocaron la faja de campeón del mundo.
En este siglo ya vino el turno del Roquero, Pelenchín, La Araña, El Loco, El Torito, El Maestrito, El Felino, El Nica, y varios más.
Tener 30 campeones mundiales es un logro envidiable para Latinoamérica y el mundo entero, pero detrás de ello hubo mucha disciplina, esfuerzo y sacrificio.
Si bien la reciente medalla de plata de Atheyna Bylon en los Juegos Olímpicos de París 2024 fue motivo de celebración para todos los amantes del boxeo, la realidad en el ámbito profesional enfrenta una desafíos internos y externos.
Jimmy Salas, presidente de la Comisión de Boxeo Profesional de Panamá, ha señalado la necesidad de mayor apoyo estatal, más entrenadores nombrados por Pandeportes y mejores condiciones para el desarrollo de jóvenes talentos. Sin embargo, atribuir el declive solo a la falta de respaldo gubernamental sería simplista.
El nivel mundial del boxeo profesional ha alcanzado un nivel altísimo. En la división de las 135 libras, donde Roberto Durán es considerado el mejor de la historia, los campeones actuales son figuras de elite como Gervonta Davis, Shakur Stevenson, Vasyl Lomachenko y Keyshawn Davis.
En este contexto, a los pugilistas panameños les cuesta abrirse paso. No solo se enfrentan a rivales de calidad excepcional, sino también a la falta de un sistema que los impulse al nivel competitivo requerido para disputar campeonatos mundiales.
Ricardo “Científico” Núñez es uno de los pocos nombres que han mantenido la bandera panameña en el radar mundial. Recientemente escaló al tercer puesto del ranking del Consejo Mundial de Boxeo en su categoría, pero su reto no es solo enfrentar a los mejores, y buscar una nueva oportunidad titular sino también exorcizar los fantasmas de su recordado nocaut ante Gervonta Davis.
Sin embargo, su ascenso representa una esperanza para el boxeo nacional y un recordatorio de que con disciplina y trabajo duro es posible competir en la élite.
La crisis no solo radica en la falta de campeones. La disciplina, el compromiso y el profesionalismo de muchos boxeadores han quedado en entredicho. Peleadores que no cumplen con el peso, que descuidan su preparación o que se ven envueltos en problemas extradeportivos han sido una constante. La impuntualidad y la falta de seriedad en aspectos básicos, como los pesajes, también afectan la credibilidad del boxeo local. Los entrenadores panameños son dedicados, pero sin el esfuerzo de los boxeadores es difícil volver a la cima.
A esto se suma el papel de los promotores y apoderados, quienes deben apostar por retomar la grandeza del boxeo nacional. En décadas pasadas, era común ver peleas de título mundial en suelo panameño; hoy, ese escenario parece inalcanzable.
La afición también se ha alejado, lo que ha impactado la economía del boxeo. En sus mejores tiempos, las veladas boxísticas eran eventos masivos que movilizaban a miles de fanáticos. Hoy, con el declive de figuras nacionales en el plano internacional, el interés ha disminuido. Sin embargo, el mensaje es claro: no hay que desalentar a los nuevos talentos ni dejar de asumir riesgos. La historia del boxeo panameño está escrita con gloria y sacrificio; depende de los actuales protagonistas reescribir un nuevo capítulo dorado.
Para lograrlo, es necesario un esfuerzo conjunto entre boxeadores, entrenadores, promotores y autoridades deportivas. Potenciar los actuales programas de desarrollo y detección de talentos podría ser una solución viable, así como una mejor gestión de los recursos disponibles.

