Pateando la mesa: ¿La hora del Baldor?

Panamá se ha complicado su camino. Lo que debía ser una eliminatoria sin sobresaltos se ha transformado en un camino empedrado de nervios, imprecisiones y falta de contundencia. El empate ante Surinam en casa no fue un accidente: fue el reflejo de una selección que ha perdido el instinto asesino y no se termina de adaptar al hecho de que ha sido y será el favorito en papel de todos los partidos de esta fase.

La tabla no engaña. Surinam y Panamá tienen 6 puntos, pero los sudamericanos son líderes por un gol más anotado. Guatemala viene detrás con 5, y El Salvador, con tres a pesar de tres derrotas seguidas en casa. Si la eliminatoria terminara hoy, Panamá estaría fuera del Mundial. No del repechaje: fuera del Mundial. Y esa frase, tan dura como real, debería sacudir el camerino, la federación y al propio Thomas Christiansen.

El técnico cumplió cinco años al frente de la selección con un récord histórico en partidos, pero el presente pesa más que cualquier estadística. El problema es que este equipo parece jugar para merecer, no para matar. Ante Surinam, Panamá remató 28 veces, pero apenas una terminó en gol. Y no hay modelo táctico que resista semejante falta de definición.

Christiansen movió el sistema, apostó por una línea de tres centrales y buscó variantes por los costados, pero los mismos errores volvieron a aparecer. Un gol en contra temprano, desatenciones defensivas, falta de serenidad en el último tercio. Lo más preocupante es que Panamá ha perdido el peso emocional que alguna vez lo hacía invencible en casa. El Rommel Fernández ya no impone miedo al rival, sino que nos impone presión.

“Pesa jugar en el Rommel”, admitió el técnico. Y tiene razón. Pero pesa porque el equipo ha permitido que la presión limite nuestras capacidades.

Ahora todo se define en noviembre. Guatemala y El Salvador serán los rivales, pero el verdadero enemigo es el propio Panamá: la falta de confianza, la ineficacia y el miedo a fallar. El grupo sigue abierto, pero los errores no se pueden repetir. Porque una cosa es estar en apuros, y otra es jugar con fuego a dos partidos del abismo.

Si este equipo quiere ir al Mundial, tiene que volver a creer. No en el discurso, sino en su capacidad de definir, de cerrar, de ganar. Panamá aún puede recomponer el camino, pero necesita hacerlo ya. Porque por más que suene exagerado o alarmista, es la pura verdad: estamos en vaina.


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