NUEVA YORK, Estados Unidos (Bloomberg).- Hace cuatro siglos, Portugal, país de navegantes, se hallaba en la cúspide de su poderío económico gracias, en gran medida, a su explotación de Brasil y Angola.
Los portugueses fueron consumidores voraces de esclavos angoleños, armando a los africanos con pistolas y grilletes para capturar a integrantes de tribus rivales.
Los esclavos terminaron trabajando y muriendo en las plantaciones y en las minas de Brasil y las islas frente a África de propiedad portuguesa.
Hoy, Portugal está bajo la tutela del Fondo Monetario International y la Unión Europea, Brasil es la séptima economía más grande del mundo (Portugal, según el último recuento, ocupaba el puesto No. 38) y Angola, el segundo productor de aceite de África Subsahariana, es uno de los países de mayor crecimiento.
“Jamás habríamos imaginado eso de países del Tercer Mundo”, dijo Walter Molano, analista de mercados emergentes en BCP Securities de Connecticut.
“Brasil y Angola siempre fueron ricos en recursos naturales. Ahora que son soberanos independientes con monedas más fuertes, son lo bastante ricos como para invertir en sus colonizadores”.
El año pasado, Angola alcanzó 50 mil millones en exportaciones, en su mayor parte de petróleo crudo.
Luanda, la capital de país, es una ciudad en pleno auge, con escasez de habitaciones de hotel y donde los conductores obtienen hasta mil dólares por día por trasladar a empresarios extranjeros a través de toda la congestión.