Empezar el día con una buena taza de café no tiene precio, sobre todo cuando ese café nace en las tierras altas de Chiriquí, donde la neblina acaricia las montañas y el tiempo parece ir más lento.
El café chiricano es uno de los grandes orgullos de Panamá y un referente mundial del café de especialidad.
Cultivado en regiones como Boquete, Volcán y Renacimiento, a los pies del Volcán Barú, crece entre suelos volcánicos ricos en minerales, temperaturas frescas y lluvias precisas que permiten una maduración lenta y cuidadosa del grano, dando como resultado sabores complejos y elegantes.
De estas tierras surgen cafés arábica de extraordinaria calidad, entre ellos el célebre Geisha, reconocido internacionalmente por sus notas florales y frutales, así como variedades clásicas como Caturra, Catuai, Bourbon, Pacamara y Typica, cada una con carácter propio.
No es casualidad que los cafés chiricanos alcancen premios y precios récord en subastas internacionales.
Aunque Panamá es un productor pequeño, se ha consolidado como una potencia del café de especialidad gracias al trabajo paciente y artesanal de sus caficultores. Cada taza es distinta, casi como un vino de autor.
Tomar café chiricano por la mañana es más que un placer: es bienestar, energía, claridad mental y, sobre todo, un instante de pausa para empezar el día con calma y propósito.
Porque nuestro café no es solo una bebida: es cultura, tradición, excelencia y bienestar. Cada taza cuenta la historia de la tierra volcánica, del esfuerzo silencioso del caficultor y del pequeño lujo de comenzar el día con algo verdaderamente especial.
No lo olvides: en cada taza de café hay un agricultor, un cuidado minucioso y un tesoro escondido en cada grano.
La autora es abogada.

