Al cierre de septiembre, el mercado accionario estadounidense continuó dominando el panorama global de inversión. El Nasdaq 100 acumuló un rendimiento de 17.5%, mientras que el S&P 500 y el Dow Jones avanzaron 13.2% y 9.2%, respectivamente. Estas variaciones reflejan la solidez de la demanda por renta variable estadounidense, incluso en un entorno de incertidumbre geopolítica, señales mixtas en la actividad macroeconómica y dudas sobre los niveles de valoración alcanzados.
Gran parte de ese apetito por activos de mayor riesgo proviene de la expectativa de continuidad en el ciclo de recortes de tasas de interés de la Reserva Federal, pese a que la inflación aún no se ubica por debajo del 2%. También inciden los buenos resultados corporativos y, con creciente peso, el optimismo en torno a la inteligencia artificial (IA). Se estima que las principales empresas del sector tecnológico invertirán alrededor de $2.8 millones de millones (trillones) en capital relacionado con IA hacia finales de la década, mientras que otros sectores podrían sumar $2.2 millones de millones, reflejando la magnitud del fenómeno y su efecto sobre la economía global.
El entusiasmo por la IA evoca las dos grandes burbujas recientes: la era puntocom de 2000 y la crisis hipotecaria de 2008. En el primer caso, las razones precio-utilidad (P/E) del Nasdaq superaban las 70 veces, un nivel insostenible. En menos de dos años, el índice perdió al menos el 75% de su capitalización. En el segundo, los excesos de apalancamiento y la sobrevaloración de activos precipitaron la crisis financiera global: el mercado estadounidense llegó a perder cerca del 40% de su valor —unos $9 millones de millones— entre 2008 y 2010.
Hoy pueden trazarse ciertos paralelismos: a) una confianza entre inversionistas que, en algunos segmentos, roza la euforia; b) la concentración de flujos en un grupo reducido de empresas —las Siete Magníficas concentran cerca del 34% del S&P 500, situación similar a la de la era puntocom—; y c) una valoración elevada, con un múltiplo promedio cercano a 30 veces utilidades, que, aunque lejos de los extremos anteriores, mantiene abierto el debate sobre la sostenibilidad de los precios actuales.
Sin embargo, existen diferencias fundamentales con las burbujas del pasado. El cambio tecnológico es tangible, los modelos de negocio son más sólidos, las compañías generan flujos de caja positivos y mantienen un apalancamiento moderado. Además, el impacto de esta transformación trasciende Silicon Valley: la expansión de centros de datos, redes de fibra y cables submarinos redefine la geografía del capital tecnológico. Panamá, por su posición estratégica, se consolida como punto de conexión entre América Latina, Estados Unidos y Europa, fortaleciendo su papel como hub digital y financiero, vinculado a la economía impulsada por la IA.
En última instancia, la inteligencia artificial podría ser tanto el motor de una nueva era de productividad como la chispa de un nuevo ciclo de exuberancia. Por ahora, los mercados apuestan a lo primero, mientras el riesgo de lo segundo sigue latente.
El autor es financista.
