El seguimiento de las decisiones de tasas de la Reserva Federal de los Estados Unidos se ha convertido en una especie de deporte y no faltan buenas razones para ello. La política monetaria del banco central estadounidense se refiere, en un sentido muy real, a darle un precio a la moneda de reserva global, lo que afecta, quizá como ninguna otra variable, a la actividad económica de todo el planeta.
Esta fijación de nuestra atención que, desde marzo 2022 ha alcanzado el paroxismo con la épica campaña de alza de tasas de la Fed, está por cobrar aún mayor relevancia: salvo algún evento global inesperado, y no está demás tener en cuenta que en lo que va de década sólo nos falta la invasión extraterrestre, esta campaña debe estar cercana a su fin.
Cuándo y cómo son las preguntas que, por retóricas, no dejan de ser inmensamente relevantes y que constituyen el núcleo del problema, el cual está perfectamente delimitado desde un punto de vista macroeconómico.
La Reserva Federal, manteniendo el pulso firme con tasas relativamente altas y teniendo en el gatillo cuando menos un alza adicional, continúa con su objetivo no negociable de colocar a la inflación en la órbita del ya paradigmático 2% que se ha autoimpuesto como meta inflacionaria sostenible, al mismo tiempo que encuentra el momento justo para orquestar un recorte en la tasa de Fondos Federales que espolee a la economía americana y aleje los aspectos más feos del posible espectro de una recesión, de materializarse ésta. Aquí estamos hablando del ya famoso “aterrizaje suave”, que en su versión perfecta es una expresión macroeconómica del Santo Grial.
Este es el drama conceptual y práctico que veremos desenvolverse en los próximos meses. La inflación se mantiene por sobre el 3% anualizado y el trecho hasta el 2% es, por razones de fondo y de forma, el más difícil. Por otra parte, el crecimiento de la economía estadounidense se mantiene en un rango que podría desembocar en crecimiento por debajo de la tendencia histórica o peor, como ya se sugirió, en una contracción económica formal. Y todo esto en medio de un mercado laboral fuerte, con las implicaciones que esto comporta debido a los mecanismos de transmisión que estudiamos en la Curva de Phillips, cuya forma a nivel de detalle y bajo el impacto de nuevas realidades económicas, ya es terreno para discusiones que rebasan lo académico. Es, definitivamente, un momento hermoso para la macroeconomía y la política monetaria, lleno de desafíos maravillosos.
El autor es financista.
