TESTIMONIO

‘¿Por qué tan sola?’ y otros piropos agresivos

‘¿Por qué tan sola?’ y otros piropos agresivos
‘¿Por qué tan sola’ y otros piropos agresivos

Yo, que mis 25 años los he vivido en esta ciudad, en la última semana hice algo que nunca había hecho antes: busqué el acoso callejero de frente. La idea surgió, en parte, por el video viral "10 horas caminando en Nueva York como una mujer", publicado en 2014. Visto hasta el momento más de 39 millones de veces, el video realizado por la organización sin fines de lucro Hollaback muestra a una joven vestida de negro, que recibe más de 100 comentarios sobre su aparencia durante el trayecto, e incluso camina más de cinco minutos con un hombre siguiendo sus pasos. El contenido estremeció a muchas mujeres -independientemente de su nacionalidad- que se vieron reflejadas en el mismo, algo que para algunas es una lucha diaria. Aunque fue una herramienta que llamó la atención a un fenómeno cultural que a veces pasa inadvertido, un rápido vistazo a la sección de comentarios en YouTube, donde se encuentra colgado el video, deja claro que también hay un amplio sector que no ve como agresión que un hombre le comente sobre su apariencia a una mujer sin conocerla.

La conversación estaba plagada de distintas maneras de decirme lo guapa que le parecía, y lo que no salía de sus labios sus ojos merodeantes lo gritaban exaltados.



Lo cierto es que ser mujer en el mundo es difícil, y serlo en Panamá es adoptar como propios diversos roles, desde el de mujer con deficiencia auditiva que camina por las calles y no registra nada, canalizando con su mejor esfuerzo un caballo de carreras que siempre mira hacia adelante, hasta el de ferviente combatiente que frena, contesta y se defiende. El acoso callejero acá no conoce de cánones de belleza ni estatus económico, ni mucho menos discrimina por edad. No son inmunes las niñas, las mujeres mayores ni las que andan pensando en perder las libras que tienen de más. Basta con ser mujer y con aventurarse al mundo, preferiblemente sin acompañante masculino que intimide al agresor.



Cuando un piropo es una agresión

Cuando salí en busca del acoso callejero, decidí hacerlo siendo yo misma, sin necesidad de ropas “provocativas” ni mucho maquillaje, razones que algunos utilizan para justificar los comentarios que las mujeres reciben en la calle sin contemplar su potestad de utilizar lo que consideren adecuado. Fui simplemente una versión de mí misma más disponible: una que caminó más por las calles que todos estos años he recorrido, que manejó con las ventanas del carro abajo y la música con poco volumen, y que luchó contra el instinto tan arraigado que siempre ha evitado que mis ojos miren a su alrededor respondiendo a su curiosidad natural, porque el contacto visual -aprendemos las mujeres desde muy temprano- es para algunos una invitación a dejar salir el beso que estaba preso en los labios de quien te observaba, para el comentario sobre tu figura o para el saludo inoportuno y no solicitado que siempre deja un sinsabor.

En esa semana el acoso callejero y yo nos encontramos por primera vez, en una fila de semáforo de esas que alimentan la vía Transístmica. Yo iba tratando de no mirar el celular en mi regazo, y él era joven y manejaba un jeep al que los años habían tratado mal. Un beso al aire y un “mi amor” fueron suficientes para que el resto del camino las ventanas volvieran a su posición preferida: firmemente cerradas. Nos vimos otra vez un sábado caminando por Salsipuedes. En esta ocasión, era un hombre de edad media que se ofrecía a ayudarme en lo que estuviese comprando. La conversación estaba plagada de distintas maneras de decirme lo guapa que le parecía, y lo que no salía de sus labios sus ojos merodeantes lo gritaban exaltados.

Sin importar el área de la ciudad, en Panamá ser objeto de acoso callejero es una realidad de la que es muy difícil escapar.



Cruzando la vía España nos vimos de pasada. Él en una parada de bus y yo caminando hacia una tienda al otro lado de la calle. Yo en jeans oscuro, suéter blanco y unos zapatos bajos, y él en ropa de trabajo y con lonchera en mano. Su mirada la sentí sobre mí, delatada por esa sensación tan característica en la nuca. Determinada a no dejar rehuir mis ojos, alcé la vista y allí estaba. Con un “mami, ¿esos ojos son de verdad?” listo en los labios, y asegurando que tenía suficiente carne para compartir. Ese mismo día me gritó desde el carro “te lo mereces”, cuando frenaba casi en seco para dejarme cruzar la calle en la 12 de Octubre. Me merecía la oportunidad de cruzar una calle transitada por la vía señalizada no por cortesía o amabilidad, sino porque había algo en mí, en la manera en que me veía a los ojos del acoso callejero, que me hizo merecedora de tanta cortesía.La semana la despedimos una noche en El Dorado, en el corto trayecto que me separaba del carro al restaurante de comida cantonesa en el que iba a cenar. Yo usaba una falda que me rozaba los tobillos, unas zapatillas Converse blancas, una camisa hasta los codos y una cara que contaba la larga jornada. Él estaba sentado afuera de un pequeño bar, quizás tomando una cerveza, y a la distancia me gritó: “¿Por qué tan sola?” Si nunca has sufrido acoso callejero, el impacto de esa frase tal vez no signifique nada, pero hay algo realmente escalofriante en estar distraído con nuestros propios pensamientos, como usualmente sucede cuando se camina solo y que la paz mental sea irrumpida por un comentario que, aunque no es lascivo, pone al descubierto una vulnerabilidad. En ese momento, el acoso callejero me sorprendió, no con su comentario del cual posiblemente había escuchado versiones más originales con anterioridad, pero con la satisfacción que su sonrisa y sus ojos transmitieron: sabía que me había incomodado, y eso, en su medida, lo hacía feliz.

Cuando la agresión verbal se torna física

El acoso callejero, aunque parezca inocente a los ojos de muchos, puede ser un peligro real. En noviembre de 2014, la joven Tugce Albayrak murió luego de defender a unas chicas que estaban siendo acosadas en el baño de un McDonald’s en Alemania.
Tugce tenía 23 años, y después de detener el acoso verbal que presenció, uno de los agresores la esperaba en el estacionamiento. Un golpe a la cabeza la dejó en coma sin actividad cerebral, y su familia decidió desconectarla a los pocos días.
Ese mismo mes, en San Francisco, Estados Unidos, Ben Schwartz fue apuñalado nueve veces luego de pedirle a un sujeto en la calle que dejara de hacer comentarios sobre la apariencia de su novia.
Casos como el de Tugce y Schwartz han inspirado cientos de campañas y videos alrededor del mundo que buscan llamar la atención sobre el acoso callejero, como la campaña “Sílbale a tu madre” en Perú, en la que identificaron a hombres propensos al acoso, disfrazaron a sus madres y esperaron lo inevitable: que comentaran sobre su apariencia.
Al pasar frente a ellos, los hijos hicieron comentarios explícitos y tuvieron que enfrentarse a la ira de sus madres.
Además de los videos, existen blogs como But, What Was She Wearing, en la plataforma social Tumblr, en que mujeres de todo el mundo mandan fotos de sí mismas con la ropa que tenían al ser víctimas de acoso callejero como una manera de demostrar que, en la mayoría de las ocasiones, no importa el vestuario que tengan, y más allá, que este no debería ser una razón que justifique el acoso.


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