Ana se fue sin entregar una nota que tenía pendiente al Ellas. Llamó desde su habitación en el hotel Panamonte, en Boquete, donde me la imaginé acostada en una cama con la brisa de montaña acariciándole la cara, para contarnos todo lo que andaba haciendo por allá, los huertos visitados, los resbalones, las comidas de Charlie Collins que había probado, los cafés que se había tomado... Lo delicioso de hablar con Ana era que sus descripciones iban cargadas de la percepción de sus cinco sentidos, es decir, que olores, sabores, imágenes se desbordaban a través del auricular ese día.
Yo estaba en cierre, pero aún en pleno afán, me encantaba, como a muchos en el departamento, escucharla. Me contó de la cena que tendría esa noche, preparada por Charlie, y ella ya babeaba pensando en lo que le serviría y yo babeaba de este lado. “Que te de dos recetas, si no viene la nota con recetas, no la podemos publicar, dile eso a Charlie”, le insistí en mi rol de editora, pero por supuesto que la sugerencia de Ana de hacer un artículo sobre su experiencia del huerto a la mesa había sido aceptada, era seguro que la nota sería deliciosa de leer.
La relación de Ana con Suplementos era realmente de amistad, no de trabajo. Aunque publicamos algunas colaboraciones suyas a lo largo de los años, nuestras comunicaciones esporádicas en persona y por teléfono tenían poco que ver con artículos. Ella nos enviaba emails con artículos que había leído que le parecían buen tema para la revista o para alguna de nosotras en particular. Nos llamaba para contarnos alguna experiencia suya que nos podía inspirar. Era como un filtro de información y pensar que ahora se diseñan apps para hacer lo que Ana hacía solo porque“pensé en ti, en ustedes, en la revista”.
Por supuesto, su manera desinhibida de decir todo lo que corría por su mente y corazón, nos dejó a veces paralizadas, como la vez que le dijo a Bonny Cepeda, mientras lo entrevistamos para Ellas, “¿Tú eres Roberto Bonner?, ¡No! Entonces, no quiero hablar contigo”, y dio media vuelta y se fue. Dejó mudo al merenguero y roja como un tomate a la periodista. ¿Dar miedo? Eso, nos confesaba con frecuencia, le encantaba. Pero su risa desmedida era contagiosa y lo estremecía todo.
Ella fue la primera en enviarnos una notita de esas que presagiaban el éxito del librito 50 sombras de Grey, para ponernos al tanto, y yo le dije, como le había repetido antes, “por favor, Ana, escribe ficción. Escribe una novela, mato por leer algo tuyo, sería un bestseller, mejor que esto (Grey)”, y me quedé con las ganas de ver su pluma y personalidad explosivas encerradas en las páginas de una novela, donde el rigor del periodista no hubiera frenado la imaginación, frenesí y voracidad de Ana, así como sucedía con sus cuentos por el teléfono o en persona.
Ana se fue sin entregar una nota que tenía pendiente al Ellas. Llamó desde su habitación en el hotel Panamonte, en Boquete, donde me la imaginé acostada en una cama con la brisa de montaña acariciándole la cara, para contarnos todo lo que andaba haciendo por allá, los huertos visitados, los resbalones, las comidas de Charlie Collins que había probado, los cafés que se había tomado... Lo delicioso de hablar con Ana era que sus descripciones iban cargadas de la percepción de sus cinco sentidos, es decir, que olores, sabores, imágenes se desbordaban a través del auricular ese día.
Yo estaba en cierre, pero aún en pleno afán, me encantaba, como a muchos en el departamento, escucharla. Me contó de la cena que tendría esa noche, preparada por Charlie, y ella ya babeaba pensando en lo que le serviría y yo babeaba de este lado. “Que te de dos recetas, si no viene la nota con recetas, no la podemos publicar, dile eso a Charlie”, le insistí en mi rol de editora, pero por supuesto que la sugerencia de Ana de hacer un artículo sobre su experiencia del huerto a la mesa había sido aceptada, era seguro que la nota sería deliciosa de leer.
La relación de Ana con Suplementos era realmente de amistad, no de trabajo. Aunque publicamos algunas colaboraciones suyas a lo largo de los años, nuestras comunicaciones esporádicas en persona y por teléfono tenían poco que ver con artículos. Ella nos enviaba emails con artículos que había leído que le parecían buen tema para la revista o para alguna de nosotras en particular. Nos llamaba para contarnos alguna experiencia suya que nos podía inspirar. Era como un filtro de información y pensar que ahora se diseñan apps para hacer lo que Ana hacía solo porque“pensé en ti, en ustedes, en la revista”.
Por supuesto, su manera desinhibida de decir todo lo que corría por su mente y corazón, nos dejó a veces paralizadas, como la vez que le dijo a Bonny Cepeda, mientras lo entrevistamos para Ellas, “¿Tú eres Roberto Bonner?, ¡No! Entonces, no quiero hablar contigo”, y dio media vuelta y se fue. Dejó mudo al merenguero y roja como un tomate a la periodista. ¿Dar miedo? Eso, nos confesaba con frecuencia, le encantaba. Pero su risa desmedida era contagiosa y lo estremecía todo.
Ella fue la primera en enviarnos una notita de esas que presagiaban el éxito del librito 50 sombras de Grey, para ponernos al tanto, y yo le dije, como le había repetido antes, “por favor, Ana, escribe ficción. Escribe una novela, mato por leer algo tuyo, sería un bestseller, mejor que esto (Grey)”, y me quedé con las ganas de ver su pluma y personalidad explosivas encerradas en las páginas de una novela, donde el rigor del periodista no hubiera frenado la imaginación, frenesí y voracidad de Ana, así como sucedía con sus cuentos por el teléfono o en persona.

