No hay vuelta de hoja: en cuanto uno va al médico por cualquier desajuste corporal, puede estar seguro de que lo primero que le van a recetar es dieta y ejercicio. Por mucho que hayan progresado la farmacología, la farmacognosia y la farmacodinamia, los galenos siempre apelan a esa pareja.
Hace unos días tuve ocasión de asistir a un congreso sobre la alimentación y la nutrición en el siglo XXI. Uno de los asuntos tratados era la dieta atlántica: ¿no todo va a ser dieta mediterránea, no les parece? Bien, lo primero que hubo que decir es que los especialistas tienen como concepto de “dieta” lo que el diccionario recoge sólo como tercera acepción: conjunto de sustancias que habitualmente se ingieren como alimento.
Pero a los pacientes, lo de “dieta” nos suena más a la primera acepción, que es “régimen que se manda observar a los enfermos o a los convalecientes en el comer y beber y, por extensión, esa comida o bebida”. Más drástica es la segunda acepción: “privación completa de comer”.
He ido a mirar qué dicen los estudiosos de la etimología, y Covarrubias, ya en el siglo XVII, en su Tesoro de la lengua castellana o española, decía que dieta “vale por la comida tasada, que el médico ordena al enfermo”. Y añade: “comer de dieta es comer poco; darle dieta a alguien, quitarle la comida”.
Hemos mencionado de pasada la dieta mediterránea. Se nos ha presentado poco menos que como una panacea. No es para tanto. En primer lugar, el concepto varía con el tiempo. Para el diccionario, la dieta mediterránea es “el régimen alimenticio de los países de la cuenca del mar Mediterráneo, basado preferentemente en cereales, legumbres, hortalizas, aceite de oliva y vino”. Vale: los mediterráneos, según el diccionario, son “preferentemente” vegetarianos, dados los ingredientes que apunta.
El pescado, del que se ha olvidado el diccionario, es fundamental en esa dieta; más, desde luego, lo es en la atlántica, pero en la mediterránea pesa lo suyo. En cuanto al vino vale para los habitantes de los países de las riberas norteñas y occidentales del mar, pero no para la mayoría de los sureños u orientales, que tienen el vino vetado por religión.
El boom de la dieta mediterránea se debe a dos factores: a la inmensa capacidad de vender lo suyo que, desde los tiempos de Marco Polo, tienen los italianos -dieta mediterránea y cocina italiana son términos intercambiables para la mayoría de los anglosajones-, y, precisamente, a la implicación en la difusión de sus presuntas ventajas llevada a cabo por científicos anglosajones.

