Ñajú, fresco y oloroso

Al igual que los besos pegajosos, es un "gusto adquirido", aunque es menos mal vista la costumbre de comer okra desde chiquitos, que darse besos babosos, al menos los del tipo pasional.

Pues mira, tú la conocerás por su nombre local, ñajú, pero en los recetarios en inglés la encontrarás bajo okra, y me corrobora Enrique Chong, de la Frutería Mini Max, que los hebreos y demás habitantes de la cuenca oriental mediterránea le llaman bamia, los japoneses okura y los indostanes, lady’s fingers, mientras que los cubanos le dicen quimbombó.

Es más, aunque muchos la conocemos como okra, no aparece en el Diccionario de la Real Academia Española sino como quingombó, "planta herbácea originaria de Africa y cultivada en América, de la familia de las Malváceas, de tallo recto y velludo, hojas grandes y flores amarillas, parecidas a las del algodonero, y fruto alargado, casi cilíndrico y lleno de semillas que al madurar toman un color oscuro. El fruto tierno se emplea en algunos guisos, dando una especie de gelatina que los espesa, y también en medicina. La planta, que es filamentosa, se emplea como textil".

También es conocido su uso terapéutico por su riqueza en fibra soluble y mucílagos (baba, chico) que ejerce una función balsámica y protectora de la mucosa digestiva, por lo que se recomienda para afecciones gástricas y de la garganta.

Al igual que la sandía, la trajeron los africanos durante la conquista (nuestra), esclavitud (de ellos), erradicación (de cuanto les diera la gana a los conquistadores) y [su] plantación de especies y costumbres importadas en América.

Se da acá durante todo el año, pero perece pronto, durando dos o tres escasos días en la nevera. Si no te gusta el componente baboso, asándola se le quita un poco, y también es muy comida troceada, apanada y frita.

En Oriente se come en algunas otras preparaciones, y en el Mediterráneo oriental se guisa con tomates, cuya acidez natural equilibra muy bien la babita de la okra, que es uno de esos vegetales bondadosos, como la berenjena, que se adaptan a las circunstancias y sabores de sus cohabitantes.

Pero donde alcanza su gloria y sitial de honor es en la cocina del sur de Estados Unidos, esa soul food cuyos orígenes se disputan ahora negros y blancos, y en especial, en el gumbo de Nueva Orleans, donde no me cabe duda a título personal de que es producto de la misma cultura negra que nos dio el jazz, y me imagino a los músicos de Count Basie y Louis Armstrong, allá a principios de siglo, en las horas en que aún no revienta el alba, con el alma reventando de placer ante un buen plato de gumbo, a orillas del Mississippi.

Porque no cabe duda de que uno de los grandes placeres de visitar a Nueva Orleans es comer: ya sea entre los lujos del Commander’s Palace, el chic de Nola con la cocina de Emeril o en K-Paul’s Louisiana Kitchen, donde el chef Prudhomme, o en cualquiera de otros establecimientos de menor renombre, pero con unos gumbos y jambalayas de mucho cuidado. Y es que la belleza del gumbo, que recibe su nombre, precisamente, de la okra o quingombó, es que es, básicamente, un guacho donde cabe casi de todo, que cada familia va perfeccionando o guardando fielmente, y que se puede hacer con innumerables combinaciones, con o sin okra. Pero sugiero hacerlo con —y aunque también lo puedes acompañar con un vino blanco, rosé o tinto (un Cabernet Sauvignon no le iría mal)— una cerveza o un té helado también le hacen honra.


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