Es un exabrupto todo cuanto se refiere a Manuel Francisco Dos Santos, Mané Garrincha. Tuvo 14 hijos con diferentes esposas y amantes. Empezó a fumar tabaco a los 10 años. A los 49 murió de cirrosis, con el agravante de haber padecido congestión pulmonar, pancreatitis y pericarditis. Fue considerado, por dos veces seguidas, el mejor jugador de los mundiales de fútbol (1958 y 1962), pero en 1983 murió en la miseria y bajo la cruel y fácil comparación con Pelé de que este era el ejemplo a seguir, y él, una lección de vida.
Garrincha nos enseñó cómo lo feo en el fútbol puede llegar a ser hermoso; y cómo lo bonito, afuera y en la cancha, es solo eso, bonito. Garrincha tenía los pies girados 80 grados hacia adentro. Su pierna derecha era seis centímetros más larga. Los médicos jamás pudieron enderezar la columna zigzagueante del jugador, y una severa poliomielitis padecida en la niñez lo disciplinó en el dolor y en la derrota.
Así y todo, Garrincha fue el más grande puntero derecho de todos los tiempos. Brasil nunca perdió cuando jugaban él y Pelé. Y hasta la aparición de Maradona a mediados de la década de 1970, los referentes del planeta fútbol eran los dos brasileños y don Alfredo Di Stefano.
Garrincha se diferenciaba de las buenas formas de Di Stefano y del estilo imperial de Pelé, en que era un mamarracho, el más bello payaso del fútbol. Se lo considera el mejor gambeteador de la historia, experto en esquivar entrenamientos y responsabilidades para irse a beber, fumar y hacer el amor. Menos mal que no jugó en los tiempos modernos.
