OPINIÓN
Guatemala se despidió del Mundial Sub 20 ovacionado por un estadio Pascual Guerrero abarrotado con más de 30 mil personas que asistieron para ver un partido de octavos de final, donde la cenicienta del torneo esperaba hacer otro milagro ante Portugal, que tuvo como sede esta ciudad desde la fase de grupos.
Guatemala no pudo finalmente, pero estuvo cerca, al menos vendió cara su derrota y los 11 goles que recibió en los dos primeros partidos son una anécdota.
Los que decían que el Pascual Guerrero era el más bonito del Mundial después de la remodelación que le hicieron no se equivocaron, totalmente transformado, y el público se portó con mucho civismo. Por momento coreaba a Portugal, a Guatemala y a Colombia. Las olas en medio de esa fiebre de camisetas amarillas fue todo un espectáculo.
El primer tiempo fue pobre, Guatemala nunca propuso y Portugal lució desconocido a pesar de que fue el equipo que llevó el tren del partido. El encuentro sufrió una metamorfosis en el segundo tiempo cuando Guatemala comenzó a proponer y el público lo alentaba con el coro “sí se puede”. Por momentos hubo silbatina cuando Portugal abusó con devolver el balón al portero desde la mediacancha.
Guatemala propuso con una buena dosis de vergüenza deportiva, todos intentaron, los jugadores sudaron la camiseta, hubo propuesta desde el portero hasta el último delantero, se tiró de donde se pudo pero no tuvieron suerte, el público al final terminó apoyándolos, no tienen queja, terminaron siendo los dueños de casa.
Portugal decepcionó, los que pensamos que iba a ser un partido disparejo, nos equivocamos, fue un juego equilibrado, Guatemala terminó en la portería de los europeos. La reacción de su técnico Llidio Vale fue más que elocuente en la conferencia de prensa: “fue una victoria agridulce”, dijo.
Ever Almeida, técnico guatemalteco, manifestó, por su parte, que la cenicienta terminó siendo una princesa.
Al final del partido hubo una gresca entre jugadores de ambos equipos que finalmente no pasó a mayores.
Los centroamericanos se reunieron en el medio del terreno, conversaron en un círculo y terminaron saltando y gritando “¡Colombia!, ¡Colombia!” El público aplaudió el gesto y los despidió con una ovación.
En su primer mundial Guatemala demostró que en este torneo los partidos se ganan en la cancha con actitud, no con las bendiciones de pastores, ni del Papa ni de obispos.
