Por enésima vez, el suizo Roger Federer ha logrado posicionarse en el umbral de la historia.
Hoy en la Central, territorio que el helvético considera de su propiedad, el número 2 del mundo se plantea ante el norteamericano Andy Roddick reescribir los libros sagrados de este deporte y convertirse en el único jugador que logra 15 títulos de Grand Slam.
El Federer-Roddick en el último peldaño del torneo más prestigioso de hierba del mundo, el de Wimbledon, se ha convertido, casi, en un clásico que bien podría ser una reposición de lo sucedido ya en los años 2004 y 2005. Y todos recuerdan lo que ocurrió. O en la edición de 2003, cuando ambos rivales midieron sus raquetas en semis con idéntico resultado -aciago- para el hombre de Nebraska.
Federer, el tenista de los nervios de acero, el tipo afable, extremadamente correcto, humilde y educado, pero también el jugador despiadado, rotundo y agresivo que no perdona en la cancha, tiene ante sí medio abierta la ventana mágica que le llevaría directamente a recuperar el número 1, con la “ayuda” involuntaria, de su amigo y “principal rival” Rafa Nadal, vigente campeón de Wimbledon y lesionado.
“Es bonito que a uno le consideren el mejor. Ser el mejor en algo siempre es una gran sensación”, dijo hoy Federer, de 27 años y número dos mundial, que puede desempatar mañana con el estadounidense Pete Sampras y quedar como el tenista más exitoso en la historia de los Grand Slam.
