CLUB DE GOLF DE PANAMá

Los secretos de un ‘caddie’

Los secretos de un ‘caddie’
Vista panorámica de uno de los lagos del Club de Golf de Panamá, donde René busca las pelotas que después vende a los jugadores.

A René Hernández lo conocí con el agua hasta el cuello, palpando pelotas con sus pies en los lagos del Club de Golf de Panamá.

Así se gana la vida, retando a la naturaleza y sus lagartos, no hay miedo porque conoce el oficio.

Los caddies son los héroes anónimos del golf, siempre están allí para darte un consejo de cómo golpear la pelota, qué palo usar, cargarte la bolsa con los implementos, y si hay confianza, contarte un chiste para alegrarte la mañana.

Pero a Cocodrilo, como le dicen a René, lo que le gusta es rescatar bolas de los lagos con sus amigos “los lagartos”. Viste de jean, zapatillas sin medias y suéter, listo para una labor que le ha dejado huellas en ambos brazos.

Su sobrenombre viene a tono con sus labores, aunque dice que nada tiene que ver con los rasguños que le han provocado algunos reptiles, custodios fortuitos de sus perlas de los estanques.

La humildad del buscador de pelotas de golf de 55 años de edad contrasta con la opulencia del lugar, situado en medio de lujosas urbanizaciones y que es alimentado por el río Las Lajas.

Cocodrilo llega en bus y se reporta en el cuarto de bolsas, aunque no tiene jefe, pero le gusta hacer esa deferencia por si algún golfista lo necesita para otros menesteres. También lava carros, “siempre hay que sumar”, advierte.

En el club de Panamá existen cuatro grandes lagos que sirven para irrigar los greens de los 18 hoyos de la cancha, convertida en par 70 sobre 7 mil 102 yardas de recorrido y en donde se realizan casi todos los fines de semanas torneos de aficionados.

Estos son los eventos que espera con ansias, ya que en ellos abundan los golfistas principiantes, los que no saben pegar y cuyos golpes casi siempre van a dar a los lagos. El error de cada jugador le representa un dólar.

Así que existen bastantes lugares donde Hernández puede buscar las pelotas que después las vende por unidad o por docena a los mismos jugadores que las pierden cuando las impactan con pobre dirección.

Solo el pasado lunes rescató 200. ¿200 bolas? “Sí, ese día me fui con 100 dólares para mi casa”, destacó el hombre, que no pudo venderlas todas.

Un paquete de tres bolas nuevas cuesta en la casa club 14 dólares, pero las hay de colores más baratas que sirven para afinar el golpe de salida, estas las vende Cocodrilo a 50 centavos.

El sacar las bolas de los estanques es todo un arte peligroso, que pocos se atreven a consumar. Solo otras tres personas hacen este oficio en el club.

El agua no es cristalina, muy por el contrario, en algunos lugares es verdeoscuro y con cada pisada se agita el fondo fangoso, donde hay tortugas, peces y también muchos lagartos, celosos de sus crías.

Por eso Hernández tiene sus lugares preferidos en la cancha. “Siempre visito primero los lagos de los hoyos 1 y 11, no son profundos ni tan peligrosos”.

Para entrar al agua no necesita de mucho. Sus pies están descalzos, lleva un pantalón corto y un palo para apoyarse, o por si hay problemas.

Lentamente pisa y se apoya hasta que comienza su barrido, sin un patrón establecido. En cada paso puede haber un dólar, y yo digo que también un lagarto.

Sus movimientos los describe como lentos para diferenciar con los dedos de sus pies una piedra de una bola, tan pronto encuentra una se sumerge y la recoge.

Las incursiones son semanales, preferible cada lunes después de un torneo, así deja que se acumulen en sus sitios preferidos.

Es una rutina que viene realizando desde 1979, con esto le ha costeado los estudios a sus hijos. “Gracias a Dios ninguno me ha seguido los pasos, están terminado su escuela secundaria”, agregó.

Al campo de golf llegó como caddie, invitado por un amigo para ganarse unos dólares, cuando cursaba el quinto año en la escuela Tomás Alba Edison y vivía en Samaria, sector 4, en el distrito de San Miguelito.

Su primera bolsa que cargó fue la Dicky Cardoze, no lo olvida. En ese entonces se pagaba por el recorrido 12 dólares, ahora vale 20, sin propina.

La sana competencia y la tecnología lo obligaron a diversificarse. El alquiler de un carro de golf es de 24 dólares más impuestos, es una bolsa menos para cargar y además hay otros 50 caddies tan buenos y experimentados como él.

¿Qué se necesita para ser un buen caddie? “Conocimientos de la cancha y de los implementos que se utilizan”, revela.

¿Sabes con qué palo golpear en el tee (salida)?, “Sí, claro, con un driver”; en el green ¿cuál usarías?, “un putter por supuesto”, responde; y para salir de la trampa de arena, “un sand wedge”. Sonríe, pasó exitosamente el test.

Dice que este deporte pareciera fácil, pero no lo es. “Cuando miras las distancias e intentas pegarle a la bola es cuando comienzan a darse cuenta de lo complicado, es cuando se van directo al lago, sobre todo en el hoyo 7”, el que considera el más difícil de la cancha.

Cocodrilo es un experto, es como un instructor a bajo costo, al que contratas por 20 dólares las tres horas que dura aproximadamente el recorrido de los 18 hoyos. Los consejos vienen gratis. Todavía ayuda a algunos golfistas, pero en realidad lo suyo es rescatar bolas de los lagos con sus amigos “los lagartos”.

En una banca del club, muy cerca de tee del hoyo 1, cuenta que en ese estanque se da banquete, porque los jugadores principiantes piensan que entre más duro le pegan más lejos llegarán. “La dirección es lo importante, el swing se mejora con la práctica”, agregó.

Los jugadores comienzan fríos, en especial los novatos.

“Recoger esas pelotas en el lago, y una que otra en la grama no es un trabajo agotador, pero sí peligroso, es lo que sé hacer, es lo que me gusta hacer”, asegura Cocodrilo.

Así relata que en el hoyo 18 ha tenido varios contactos con lagartos. Uno de ellos logró dejarle un recuerdo en el brazo izquierdo. También tiene unas marcas en el derecho, pero de esas no quiso hablar.

“Fue una imprudencia de mi parte por no tomar las precauciones. Cuando las hembras ponen sus huevos son muy celosas de sus crías y las protegen a muerte”.

Con esto tiene que lidiar todos los lunes, a veces los martes, y para ello se traslada desde Torrijos Carter, donde vive con 5 de sus 7 hijos, varios de ellos en la escuela secundaria.


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