Durante más de un siglo Cartier se ha centrado en relojes elegantes, aunque simples, como el Tank —que se vende a partir de unos $2 mil 500, un precio asequible en el mundo de los relojes suizos— muy lejos del nivel de refinamiento técnico de marcas como Patek Philippe.
Después, hace 10 años, Cartier quiso demostrar su capacidad e invirtió millones en crear una de las fábricas de relojes más grandes de Suiza y contrató a una veterana del sector para dirigir una división de relojes de alta gama.
La empresa de joyería penetró en el segmento del mercado de expertos conocido como “piezas complejas”, que incluyen mecanismos analógicos como calendarios que se ajustan a los años bisiestos y que requieren una meticulosa maestría artesanal.
El esfuerzo culminó el año pasado con el Rotonde de Cartier Grande Complication Skeleton, una pieza de cristal transparente con un precio de más de $600 mil.
Pero la demanda de China, que había impulsado el mercado, se hundió. El miércoles la matriz de Cartier, Richemont, anunció que los beneficios correspondientes al primer semestre caerán cerca del 45%, un nivel que el presidente de la compañía, Johann Rupert, calificó de “inaceptable”.
Como respuesta, Cartier ha eliminado empleos, ha comprado las existencias no vendidas a los minoristas y se está volviendo a centrar en las piezas más asequibles.
Este paso atrás es una advertencia a todo el sector y a las empresas en general, un recordatorio de que la demanda del lujo es efímera y que sacar a una marca del terreno conocido conlleva un riesgo considerable.

