Me he involucrado en el proyecto “Curundú” del Ministerio de Vivienda, que ha llamado mi atención. Es digno de elogio que un gobierno de empresarios, que algunos tildan de derechista, plantee la rehabilitación y renacimiento de uno de los sectores de la ciudad con mayores índices de inseguridad, pobreza y marginación; donde sólo uno de cada diez estudiantes de secundaria termina sus estudios y un 50% de lo hogares lo maneja una mujer sola.
Estuve esta semana, en dos días de reuniones entre funcionarios del Ministerio de Vivienda y Ordenamiento Territorial, el primero con dirigentes de Curundú, donde se presentaron las encuestas realizadas la semana anterior en el sector más crítico del barrio, donde viven unas 800 familias.
El segundo día, con un buen grupo de sus habitantes.
En ambos casos, comprometidas funcionarias plantearon el concepto de rehabilitación y transformación y escucharon las inquietudes de los asistentes: muchas y muy válidas.
También asistí a la gira por el sector escogido para el reemplazo de viviendas y creación de espacios públicos complementarios, gira obligatoria para participar en la licitación “por mejor valor”, que será celebrada dentro de contadas semanas.
La visita fue absolutamente impactante, vimos amontonadas unas llamadas casas, que solo son raquíticas divisiones de madera en condiciones deplorables, montadas sobre palos o postes nada rígidos, que amenazan colapsar ante cualquier vendaval.
El suelo bajo esas endebles construcciones, suele inundarse frecuentemente con aguaceros no muy cargados. Por supuesto, en esas llamadas casas no existen baños de ninguna clase y las necesidades del cuerpo deben ser cumplidas por medio de creativos métodos que alguien me describió, pero no compartiré.
Mis dos visitas previas al barrio las cumplí en la década del ochenta, cuando ya se sentía peligro al adentrarse, pero no se había llegado a tan apabullante situación.
La visita se había programado a las nueve de la mañana y a esa hora, ya se encontraba el ministro Carlos Duboy, un hombre sencillo y afable, con su grupo de asesores y funcionarios. También estaba un compacto grupo de empresarios, arquitectos e ingenieros, interesados en tan interesante proyecto.
Todos juntos, escoltados por policías bien armados, iniciamos el sorprendente recorrido, poniendo los pies frecuentemente en aguas nada cristianas, pero eso sí, muy perfumadas.
Entre los empresarios asistentes había nacionales de Europa y de distintos países de América, especialmente latinos, muchos de los cuales jamás habrían visto tanta miseria acumulada.
Sobre unos mapas recibimos explicaciones y aclaraciones sobre los sectores comprendidos.
Jamás gobierno alguno había decidido atacar una situación tan humillante para familias que tienen el mismo derecho de los demás para obtener un lugar decente donde vivir. Me he sentido muy complacido de que las nuevas autoridades del recién renovado ministerio hayan tomado tan valiente decisión. Por el enfoque social con que ha sido iniciado y la participación entusiasta de los funcionarios, tengo plena confianza en que el proyecto será un éxito, especialmente si logramos integrar a las familias, como hemos visto hacer en países vecinos.
