Nelson Hidalgo, un leñador de mediana edad, descansaba el mes pasado sobre un remolque de su trabajo en un pinar del sur de Chile cuando irrumpió una docena de hombres armados.
A punta de fusil, los enmascarados lo forzaron junto a sus colegas a tirarse al piso, mientras quemaban excavadoras y otros equipos pertenecientes a una empresa subcontratista de la gigante chilena Celulosa Arauco, dejando 600 mil dólares en pérdidas.
Los encapuchados arrojaron panfletos proclamando lealtad al pueblo indígena mapuche. Muchos de ellos acusan a las madereras de invadir su territorio y explotar recursos naturales que les pertenecen.
La experiencia de Hidalgo es cada vez más común, según fuentes de la industria forestal y cifras oficiales. Estos ataques elevan los costos operativos de las empresas y podrían poner en riesgo proyectos de firmas del sector forestal, que contribuye con el 10% de las exportaciones chilenas.
Por eso, el Gobierno anunció que prepara medidas para frenar la escalada de estos episodios.
Dos pequeños grupos indígenas, que exigen un Estado mapuche autónomo y culpan a las empresas forestales de causar problemas ambientales en sus tierras ancestrales, están cada vez más organizados, dijeron fuerzas de seguridad, madereros y políticos.
Los sabotajes -sobre todo incendios- se multiplicaron en el último año y medio y hubo más de dos decenas de ataques en los primeros cinco meses de 2016, según el gremio de subcontratistas forestales Acoforag, responsable del 50% de la producción de madera en Chile.
Los daños suman 16 millones de dólares, el triple del año pasado y 13 veces más que en 2014.
Empresas CMPC y la matriz de Arauco, Empresas Copec, dos de las mayores productoras de celulosa del mundo, están entre las más afectadas por los actos de violencia.
La industria de la madera, celulosa y papel -en gran parte Asia- es el segundo mayor sector exportador de Chile, detrás de la minería del cobre. Grupos de indígenas que han participado en los ataques sostienen que con la introducción de pino radiata y eucaliptos, que consumen mucha agua, las empresas han venido dañando desde la década de 1980 los ecosistemas y han dificultado la agricultura al secar la tierra y las napas.
“Antes teníamos muchos recursos hídricos y los espacios naturales que eran el centro de nuestra sangre y espiritualidad”, dijo José Osvaldo Millanao, un líder mapuche, sentado en una ruka, una cabaña de madera tradicional.
Unos 600 mil mapuches viven en Chile, principalmente en La Araucanía y Biobío, regiones empobrecidas a unos 500 y 700 kilómetros al sur de la capital, respectivamente.
En tanto, los incendios forestales intencionales en las regiones madereras subieron a 3 mil 81 en 2015 desde mil 826 en 2013, según el Gobierno.
Entre esos años, CMPC informó un alza en la pérdida neta por “desastres relacionados con los bosques y otros daños” a 40.5 millones de dólares desde 6.6 millones de dólares, en momentos en que una larga sequía avivaba los incendios que surgían tanto intencional como naturalmente.

