Un poco más allá, cerca de la penumbra, sentada en un catre, la figura de una mujer arrulla a un niño que llora desconsolado. A lo mejor 'tá ojeao, dice en voz baja al tiempo que se incorpora de su lecho.
Sí; creo que la comadre Goya me ojeó al chiquillo. Va tener que darme sus calzones para ponérselos en la frente, y de paso me tiene que regalar los miaos pa' echárselos en la cabeza, continúa en su monólogo.
En ese instante, se siente atribulada. El llanto de su pequeño rompe en pedazos su aparente fortaleza. Ahora quisiera tener al menos un hombro en donde recostarse para dar rienda suelta a su pena. Quizás ahora anhela a Juan, aquel hombre que una vez la deslumbró con su ternura, pero que, con el pasar del tiempo se volvió un ser tosco, hostil, y que no en pocas ocasiones amenazó con darle un fuetazo. Pero bueno, comenta un tanto resignada, ahora lo importante es bajarle la fiebre a Pablito.
Esta escena es sólo una de las miles que día a día se repiten en cada rincón de tierra adentro, en ese Panamá profundo que, por ironías del destino, descubrimos cada cuatro años cuando se acerca el periodo electoral.
Pero, mientras tanto, cientos de mujeres como María luchan tenazmente por zafarse de las garras de la pobreza, trabajando, muchas de ellas, hasta 16 horas diarias en las parcelas campesinas.
La he visto amanecer en los manglares/ en busca de las conchas enlutadas; / también por las sabanas calcinadas/ segando arroz, con golpes regulares. Duro es el pan donde el dolor domina; /tan sólo es fresco y claro en la pradera/ el amor de la madre campesina... dice una parte del poema Madre campesina, de la poetisa panameña Matilde Real .
En Panamá, frente a una tasa de analfabetismo del 10%, el porcentaje se eleva al 50% en el caso de las mujeres indígenas. Datos recientes también indican que en el país el 85% de los partos tienen atención profesional, mientras que en las áreas indígenas y rurales el 75% de los partos se dan sin atención profesional, lejos de los centros de salud, lejos de personal calificado.
Y ni hablar del acceso que tienen las mujeres rurales a la tierra. Se calcula que, a principios de la década pasada, las mujeres panameñas sólo tuvieron acceso al 27.8% de los títulos de propiedad, cantidad que apenas ocupa el 4.2% de la superficie titulada.
La mayoría de estas mujeres son madres a quienes sólo las acompañan sus hijos, pues el varón aún insiste en hacer las veces de semental: engendrar hijos, sin tener mayor responsabilidad.
Por ello, la madre campesina, al igual que todas las madres del mundo, es el bálsamo que cura las heridas de sus hijos; es el lecho en donde la imaginación cabalga tranquila, y es, sobre todo, quien posee la facultad divina de expresar un amor puro y genuino, reservado para los seres supremos. Hoy, día de las Madres, de seguro la encontraremos en su parcela, viendo cómo abren sus pétalos las flores, mientras un inquieto picaflor insiste en seguir extrayendo el néctar de la vida.
