Se iniciaba el año escolar en 1973, cuando sor Clara Isabel de Mena, directora del Cidmi, pasaba por los salones del segundo ciclo reclutando a las participantes de lo que sería la primera banda de tambores y liras del colegio.
Recuerdo como si fuera ayer la primera práctica; allí nos presentaron al gran Dindo Franco, quien sería nuestro director y llevaría tan difícil tarea. La mayoría de nosotras éramos neófitas en el tema.
Dindo siempre recordaba, y lo contaba cada vez que podía, que en esa primera práctica nos preguntó cuál instrumento nos gustaría tocar: tenor, redoblante o lira, y yo le pregunté: Dindo, ¿qué es un tenor? No sabía si reír o llorar. El reto era grande, pero Dindo, con su carismática personalidad, nos fue envolviendo en ese mundo de la música con disciplina, orden y responsabilidad.
Lo más importante, Dindo sentía tal pasión por lo que hacía, que era imposible no contagiarse de esa emoción que sentía cada vez que componía un toque nuevo, y sobre todo cuando nos salía bien, haciéndonos sentir muy orgullosas de lo que hacíamos.
Dindo Franco no solo fue instructor de la banda, ya que no solo aprendimos a tocar un tambor, aprendimos lo que era el amor a la patria y rendirle homenaje con respeto y humildad. Es muy difícil expresar con palabras el impacto que Dindo causó en nuestras vidas; se convirtió en un amigo al que nunca vamos a olvidar. Dios lo reciba en su reino con una gran banda de ángeles, que toquen alguna de las melodías que compuso y que seguro se seguirán oyendo en los desfiles patrios.
Descansa en paz, querido amigo.

