STEFY COHEN
OPINIÓN.
Yo soy full milenial. Estereotipo y todo. Primero, crecí totalmente consentida en términos de mi autoestima y mi potencial; al punto que a los 23 años me dio una crisis existencial terrible. Me producía mucha frustración no entender cómo si había crecido escuchando que “yo podía hacer lo que quisiera” no había hecho nada. Y peor aún, no sabía hacer nada. Tanta buena nota en la escuela para no saber cómo materializar ninguna de mis ideas. Me sentía engañada al punto que quería reclamarles a todos los que me habían alentado cuando crecía. Me sentía como una idiota por haber dejado que el “tener potencial” se me subiera a la cabeza.
Segundo, soy full milenial porque mi transición a la comunicación a través de las redes sociales fue natural y total. Alrededor del tiempo cuando sufrí la crisis existencial de mi “supuesto potencial”, empecé a postear mucho mucho (mucho) en las redes, para escribir, para hacer algo. Por los próximos 2 años, si bien me quería librar de la promesa vacía del “potencial “me suscribí a la promesa vacía de la “atención virtual como moneda social”.
A los 25 años, me sentía agotada y todavía no había hecho nada relevante. Había pasado mi tiempo siendo más activa que productiva. Había llevado acabo algunos proyectos pero todavía no había logrado realmente transmitir la importancia del trabajo que quería realizar.
Me sentía como un fraude, pero también defraudada, por la ilusión de mi generación, por la ilusión de que lo importante son las buenas ideas, por la ilusión de que con la tecnología se resuelve todo, por la ilusión de que la creatividad y las ganas de crear un impacto por sí solos cuentan para algo.
En ese momento, alguien me dijo: “que no te contraten a pesar de ser joven, sino por serlo”. Fue entonces cuando entendí que nos toca a nosotros mileniales superar nuestras “debilidades generacionales” para poder sacarle provecho real a nuestras fortalezas. Empezando por la comunicación efectiva de nuestras ideas, de su plan de ejecución y de sus resultados.
Por ejemplo, si crees que a tu jefe le va a interesar que su compañía se promueva en Snapchat porque “está de moda”, podrías matar esa oportunidad de comunicación intergeneracional. Pero, si en vez explicas cómo Snapchat es el medio social de preferencia de las edades X-Y, que con pocos recursos puedes conseguir exposure y, que es solo un nuevo medio para lograr el objetivo de siempre, pudieras tener un chance real. La comunicación efectiva es el puente que nos permite cruzar de los roces intergeneracionales a la colaboración intergeneracional.
Para lograrla, debes preguntarte: ¿Cuál es tu idea? ¿Cuáles son tus audiencias? ¿Cuáles son audiencias fáciles y cuáles difíciles? ¿Qué les genera confianza a las audiencias fáciles? ¿Qué les genera desconfianza a las audiencias difíciles? ¿Cuáles son los incentivos (para cada tipo de audiencia)? ¿Qué metáforas puedes utilizar para explicar una nueva idea en términos de una existente? ¿Cuál es el medio ideal de invitación, presentación y seguimiento (para cada tipo de audiencia)?
No es la responsabilidad de tu audiencia entenderte. Es tu responsabilidad como creador de una buena idea, explicarla de tal manera que no solo se entienda sino que se acepte. Cada vez que nos encontramos en la situación en la que sentimos que tenemos una idea genial, pero por alguna razón lo único que recibimos es “no”, tenemos que regresar a preparar mejor nuestra propuesta -especialmente cuando se trata acerca de comunicación intergeneracional.
Desde esta posición, uno deja de criticar a las generaciones anteriores por “no entender” la importancia de las ideas nuevas. Desde esa posición, uno deja de asumir que solo porque una idea me parecía buena a nosotros le parecerá buena a alguien más también. Desde esa posición, uno entiende que es nuestra responsabilidad comunicar cualquier idea y asegurarnos de que se entienda acepte, y se ejecute. Solo así uno realmente comprende que nada importante en esta vida sucede por tener buenas (o nuevas) ideas. Todo sucede por tomar acción.

