Sí podemos vender las olas, y por qué no, hasta un poco de lodo es atractivo para los del primer mundo.
El Mundial de Surf que termina hoy en Santa Catalina, con competidores entre 35 y 99 años, demostró que pese a lo rústico de un caserío, lo importante es cómo la ola levanta a un hombre sobre una tabla para que este, por brava que sea la naturaleza, pueda domarla y sentir placer.
El placer es el mejor vendedor del mundo y Panamá lo tiene para tirar por lo alto. El truco es cómo empacar esa ola perfecta en un estuche y saber venderla.
Países como Australia, EU, Sudáfrica y Bali lo han logrado. Para no poner la vara tan lejana, Costa Rica también. Para convencernos, a veces hay que oírlo de foráneos. Por eso viajé hasta Santa Catalina intentando descifrar qué mueve a ejecutivos exitosos a trabajar por adelantado, acumular días, tomar tres vuelos, llegar a Tocumen, ignorar nuestro amado Canal y subirse a un bus siete horas para visitar un paraíso inentendido.
Robert Reid, infectólogo pediatra del Joe DiMaggio Children’s Hospital de Miami, lo escupió fácil: “Esto es un paraíso, lo que nos importa es la ola y esta es de clase mundial. Es especial, viene de un área profunda del mar, se mete en un coral y rompe con fuerza, la comparan con una ola de Hawai llamada Sunset Beach, por eso a Santa Catalina le decimos el Sunset Beach de las Américas. Cuando crece hay que tener cojones para meterse”.
Esta ecuación de masa de agua es más digerible si esta clase de surfista, maduro, con un estatus de vida cómodo, que puede invertir buen dinero en sus pasiones, paga bien por ser atendido.




