Sabrina Bacal sbacal@prensa.com 
Minutos antes de que empezara el debate presidencial, entré al cuarto donde maquillan a quienes saldríamos en televisión y me encontré con Martín Torrijos en el banquillo de los colores, las brochas y los cepillos de pelo. Al verme me sonrió y me dijo "¡qué humillante!" [ver a un hombre un pleno retoque]. Le hice un gesto de solidaridad; después de todo, son los gajes del matrimonio entre los medios televisivos y la política.
Ya en el estudio de grabación, quienes haríamos las preguntas esperábamos sentados a la mesa, mientras que los cuatro candidatos conversaban de pie cordialmente. Sobra decir que el tono del intercambio varió notablemente cuando volvieron a conversar, una vez acabado el encuentro en vivo. Tomaron sus asientos y unas cuantas bromas y comentarios amistosos se cruzaron. Los zapatos del pueblo de Martinelli encabezaron la sección jocosa de este rompimiento del hielo. Luego, unas frases a Martín sobre lo bien que había salido fotografiada su familia en una reciente entrevista.
Ante el aviso de que el programa comenzaría en cualquier momento, varios se desearon suerte. Me recordó el abrazo fingido que se dan las reinas de belleza antes de que se anuncie quién se llevará la corona.
Así, abriendo campo entre los delimitados tiempos para las respuestas, mostraron su estilo cada uno de los candidatos. No había pasado ni la primera ronda de preguntas, cuando Ricardo Martinelli, sin disimulo ni dubitación, se quitó el saco, se desabrochó la corbata y se arremangó las mangas de la camisa. Visiblemente acalorado y con los gestos drásticos que solo puede hacer quien no tiene nada que perder en las encuestas, el candidato de Cambio Democrático conservó un tono agitado y espontáneo durante el intercambio de ideas. Con mucha menos naturalidad se mostró el candidato gobiernista, José Miguel Alemán. Su estilo actoral solo eran interrumpido por los trapos sucios que en forma de documentos se sacó de las mangas.
Martín Torrijos, blanco de los ataques arnulfistas, optó por no contestar frente a las cámaras. Fuera de cámaras le aseguró a José Miguel que podría demandarlo, pues los cheques que enseñó eran de una compañía de seguros y no la prueba del desfalco mencionado por el candidato. Martinelli asintió, asegurando que había sido "una jugada sucia". A la conversación final se sumó un Guillermo Endara cuya falta de fluidez afectó su exposición de ideas durante el debate. El grupo de cuatro ya no daba la impresión de ser una reunión de viejos amigos. Alguno prometió venir "preparado" (con papeles comprometedores) para el próximo round. Afuera, impacientes, esperaban candidatos a las vicepresidencias y asesores cercanos de los candidatos: Billy Ford, Rubén Arosemena, Carlos Piad y Roberto Henríquez deambulaban en el lobby, mientras otros seguidores se agrupaban en pequeños círculos comentando lo ocurrido. Los candidatos habrán llegado a sus casas, a desmaquillarse con urgencia, sintiendo el alivio de haber cumplido con un importante reto de la campaña electoral.
