JUAN LUIS BATISTA jlbatista@prensa.com Una paila de arroz sobre tres piedras en el piso es el centro de atención en la improvisada casa de María de Jesús Pinto, una santeña que invadió los terrenos de la pista de Calzada Larga para cumplir el sueño de su vida: tener vivienda propia.
María llegó el 12 de marzo pasado, limpió la maleza, quemó el sitio y construyó su "casa bruja". "Yo vivía allá atrás (se voltea y señala) en Guarumal con un familiar, pero una prima me dijo que acá había lotes y me vine", dice.
Debe pedir el agua a una vecina que logró conectarse a una tubería de agua potable y por supuesto que no tiene electricidad. Su casa es un cuarto de madera y un pequeño portal, pero allí cocina, duerme y pretende hacer su vida. No le importa el ruido de las avionetas y aeroplanos de la pista que está a escasos metros de su nueva morada.
En otra esquina, dos jóvenes -martillo y clavos en mano- levantan su choza de madera y bambú. A lo largo de la pista la escena se repite. Cerca de 200 chozas se enciman a la pista de aterrizaje, donde los pichones de aviación cumplen sus primeras horas de vuelo.
Los promontorios de tierra, que una vez sirvieron de refugios antiaéreos para el ejército de Estados Unidos, que construyó la pista a raíz de la segunda guerra mundial, sirven hoy de asentamiento para las nuevas viviendas.
Acuerdo temporal






