Hace poco más de medio siglo la fuerza de transformación de la literatura de América Latina asombraba a los países centrales, que habían alcanzado la modernidad gracias al desarrollo de sus industrias, a sus hallazgos tecnológicos, sus redes de comunicación, sus trenes y sus aviones.
Pero su lenguaje y su capacidad de narrar la sociedad estaban apergaminados, cansados, y suplían la falta de sangre e ideas nuevas con juegos teóricos que no llevaban a ninguna parte.
En América Latina, el afán de crear ese mundo nuevo que expresaba la revolución cubana parecía haberse concentrado en la literatura.

