Hago un recuento de mi defensa del viejo verde, con la advertencia de que será la última entrega de mi alegato, pues muchos que empezaron a leerlo siendo jóvenes hoy se acercan a la ignominiosa condición que he repudiado. Lo que sostengo es que muchas minorías han logrado que los tolerantes tiempos nuevos las respeten y acojan socialmente. Pero no así los viejos verdes, que, a pesar de que la vida útil es cada vez más larga gracias a la ciencia, son objeto de discriminación, ataques y desdenes.
Pese a su condición despectiva y violatoria de la libertad personal y la intimidad del prójimo, el epíteto “viejo verde” es, en español, más noble que en inglés. En español parece sugerir que se trata de un hombre mayor que se considera a sí mismo joven. En inglés es peor, pues a se lo denomina dirty old man (viejo sucio).
La mujer, que frente al hombre está en desventaja laboral, social, legal, económica y religiosa, a la hora del amor sufre la mayor de las discriminaciones. Ejemplo: un hombre de 45 años baila apretadito con una dama de 35. Habrá alguna lengua de áspid que lo llame a él viejo verde, pero tan corta diferencia de edades raya en lo aceptable. En cambio, mujer de 45 con hombre menor de 35, será mirada como una vieja verde.
No me ocupo de las mujeres mayores que se enamoran de los jóvenes, sino de hombres mayores que conquistan a mujeres jóvenes.
Personalmente, por razones de salud mental, rechazo toda relación con mujer menor de 20 años. Soñar con bachilleres, con primíparas de universidad o con secretarias debutantes me ha parecido siempre una estupidez. Con mucha pena, y ofreciendo disculpas, las bachilleres, las primíparas y las debutantes podrán ser muy espontáneas y tiernas, pero tienen poco que decir. Meras bobadas.
El paso del almanaque me ha enseñado a valorar en la mujer ciertas cualidades que, como las deliciosas arruguitas en los ojos y en la comisura de la boca, solo se adquieren con el tiempo: huir de lo trascendental, mantener una mirada irónica sobre la existencia, adobar la vida con humor, ser realista, otorgar a las cosas la importancia que merecen y profesar criterios propios.
Pedirle todo esto a una niña que acaba de recibir su diploma de secundaria en medio de las emocionadas lágrimas de papá y mamá es imposible. Lo que le sobra en belleza y frescura le falta en experiencia, escepticismo, humor, lecturas, densidad, dimensión, personalidad y talante, qué le vamos a hacer. El varón con carácter y solidez no puede temer que lo llamen viejo verde. Antes ha de mostrar fe en sí mismo y confianza ante la relatividad de la vida y de las cosas.
Decía el profesor Mustio Collado, protagonista de Memoria de mis putas tristes, de García Márquez (2004): “Mi edad sexual no me preocupó nunca, porque mis poderes no dependían tanto de mí como de ellas, y ellas saben el cómo y el porqué cuando quieren. Hoy me río de los muchachos de 80 años que consultan al médico asustados por estos sobresaltos, sin saber que en los 90 son peores, pero ya no importan: son riesgos de estar vivos”. A los 90 hay que empezar a preocuparse. Mientras tanto, todo lo que está por debajo es adolescencia. Con este enfoque, uno jamás será un viejo verde.
