Mariano Rivera, el simplificador

En una ocasión le lanzaron una curva al sugerir que había perdido su capacidad ponchadora, a lo cual Rivera respondió con sabiduría: “para lograr un ponche se necesitan al menos tres lanzamientos. A mí me interesa sacar outs, no importa cómo. Prefiero tener un episodio de pocos lanzamientos y hacer el trabajo a esforzarme demasiado tratando de ponchar a todo el mundo”.

Para un hombre que participa en uno de cada tres partidos de su equipo, aquella filosofía suena genial. El chorrerano necesitaba solo cuatro salidas más y 8 1/3 episodios adicionales para establecer marcas personales en esos departamentos (72 y 81 respectivamente).

Y no solo se trata de la cantidad de trabajo, sino también de la calidad de sus presentaciones en un equipo que está siempre bajo la lupa crítica de la prensa, sus seguidores y detractores y de su propio dueño.

El derecho había lanzado en situaciones de rescate en 52 de los 68 juegos que sumaba hasta el jueves. Ningún otro relevista en las Mayores ha tenido que encarar semejante responsabilidad esta temporada.

Danny Graves es el segundo en la lista de cerradores con la mayor cantidad de oportunidades de salvamento este año (49). Pero a diferencia de “Mo”, que disfruta de un promedio de carrera limpias permitidas de 1.73, Graves, el derecho de Cincinnati, tiene una efectividad de 3.97.

Graves también pertenece a un club en el cual se juega sin tanta presión como la que se experimenta diariamente en Nueva York.

Bernie Williams, el circunspecto jardinero central de los Yankees, dijo en una ocasión que para jugar y triunfar en el exigente mercado neoyorkino se necesitaba ser una persona especial.

Williams se refería en particular al carácter del individuo, reconociendo que cualquiera puede perder la cabeza lidiando constantemente con la censura pública.

Rivera, quien llegaba al viernes con 49 juegos salvados en la temporada, es ese tipo de hombre especial que, con su eterna serenidad y contagiosa sonrisa todo lo simplifica. Incluso la complicada mecánica de lanzar.

Con sutileza, el panameño se mueve en el montículo y ...¡zaz! lanza un hacha movediza que rompe bates e ilusiones. Físicamente resulta imposible que un serpentinero de solo 170 libras con un movimiento tan dulce en la lomita pueda producir tanta devastación.

Rivera, ese ente simplificador, es un cazador nocturno. Su ronda suele comenzar después de las 10:00 p.m., cuando los juegos cerrados se reducen a una entrada y los pequeños errores se pagan costosamente.

Es entonces cuando se abren las puertas del bullpen y -si se juega en el Yankee Stadium- la noche se quiebra con la estridencia del tema Enter Sandman, del grupo de rock Metallica.

En medio de semejante ruido, Rivera sale trotando de aquella cueva y a medida que se acerca a la lomita va literalmente cerrando puertas y apagando las luces del estadio.

Ya en el montículo, el chorrerano comienza a simplificar cosas. Se deshace de su humanidad, coloca en “mute” a los escandalosos fanáticos y se prepara para enviar un único y letal lanzamiento, el cutter.

Todos saben entonces que el juego ha terminado, aunque aún falten tres outs.


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