El humor es suversivo. No por menos era un pecado menor durante la Edad Media.
Hay risas que se obtienen con bromas blancas u oscuras, y ambas generalmente tienen como base la crueldad humana o el deseo de burlarse del otro sin piedad.
La comedia teatral es el fuerte de Félix Gómez, un hombre que está en esas lides desde hace dos décadas.
La prueba más reciente es que ganó el lunes pasado, el premio Escena en la categoría de mejor director por la divertida Boing Boing.
Gómez se enfrentó a su texto más complejo cuando se hizo cargo del montaje de Monólogos de la vagina a mediados de este mes.
Esta tierna y a la vez demoledora obra de la escritora estadounidense Eve Ensler se ha presentado, por lo menos, en tres ocasiones en la ciudad capital.
La propuesta de Félix Gómez ha sido la más llevadera, colorida y bulliciosa de las tres, y la que de seguro el público nacional recordará con mayor facilidad, pues la comedia siempre es más accesible que el drama para la audiencia promedio.
Gómez tuvo en sus manos a tres actrices que en escena transmitían una química fuera de serie cuando estaban juntas: Lissette Condassin, Paulette Thomas y Fabiola Sánchez.
Cuando a cada cual le tocaba un monólogo, lo hacía de forma más que convincente. Se les notaba que estaban disfrutando sus personajes, incluso cuando representaban a mujeres tristes y dolidas y llegaban a lo magistral cuando encarnaban a damas lanzadas y sin tapujos sexuales.
Del trío, si habría que destacar una por encima del resto, sería a Thomas, quien se ha convertido en una revelación. No la recordaba con tanto empuje ni tanto vigor ni tanta entregaba sobre proscenio.
Las tres merecen ser nominadas a los premios Escenas de este año.
Lo que puede ser un desliz para Gómez, es que por momentos llegó a estar cerca de la línea que separa lo profundo de lo trivial.
Con el deseo de hacer una propuesta que produjera carcajadas por toneladas y a la par enseñanzas de vida sin sermones de por medio, lo que está más que bien, conducía a Los monólogos de la vagina por instantes donde se perdía ese nivel de rencor y de denuncia que tiene el texto de Ensler.
Sí, habían monólogos electrizantes al hablar de una violación infantil o cuando una anciana hablaba de su sexualidad.
El punto es que se inclinaba demasiado al chiste que se obtiene usando gags constantes y exagerados, haciendo una reiterativa e injustificada auto-referencia (panameñizar el argumento casi por completo) y aprovechar que la doble moral colabora a que se sonría y mucho cuando se escuchan palabras atrevidas, en especial, cuando las luces solo iluminan a tres actrices extraordinarias y la audiencia cubre su hipocresía en medio de una sala en tinieblas.

