Reír llorando

"El Carnaval del mundo engaña tanto que las vidas son breves mascaradas; quí aprendemos a reír con llanto también a llorar con carcajadas"

Juan de Dios Peza

La cité en el salón infantil de Exedra Books. Suponía que el entorno mitigaría el desasosiego que le produce la grabadora, pero me equivoqué. Las voces de los niños tropezaban con las respuestas de Virginia, que estaba a la ofensiva: "Yo creo en el rey Herodes, mi padre lo tenía en su santoral".

Virginia es Fábrega. Y para ella, eso es un sine qua non : "Los Fábrega tienen un sentido muy agudo del humor. Y yo me siento privilegiada por poder hacer reír. La risa es una respuesta de espíritus que buscan una superioridad, una actitud galana de torero ante la vida, porque la vida básicamente es dura y básicamente es triste."

Virginia, tu eres talentosa; y manejas el lenguaje -tu herramienta de trabajo- maravillosamente. El éxito, sin embargo, te ha sido esquivo...

Yo nunca he buscado el éxito. Mi trabajo se hace a la sombra. Y me horroriza salir de la interioridad de mi obra para la exterioridad del éxito. Creo que son dos figuras antípodas; y en mi código una es un valor y la otra es un desvalor. El triunfo es distinto. El triunfo está dentro y el éxito está afuera.

¿Te sientes triunfadora entonces?

Para mí, el primero de los triunfos es el esfuerzo. Y yo nunca he dejado de esforzarme. Antes me preocupaba el éxito; estaba imbuida de valores terrenales tipo "hay que tener esto" y "hay que ir a tal parte". Pero en realidad siempre he sido muy anárquica. Yo no soy de este tiempo; ni de esta geografía.

¿A qué tiempo y a qué geografía perteneces?

A una Edad Media y a una Grecia muy clásica. Geográficamente, a Italia indudablemente.

Hoy día, la valoración de una obra depende mucho de la imagen del artista, en este caso, del autor. ¿Qué opinas de esto?

Objetivamente, yo estoy de acuerdo al 100%. Subjetivamente, estoy en desacuerdo. De hecho, vengo acá a complacerte, porque creo que después que me entrevistes se va a vender menos mi libro.

¿Por qué eres tan reacia a las entrevistas

Yo odio cualquier cosa que me haga sentirme expuesta. Esta es una sociedad muy cruel y ya yo he sufrido la crueldad, simplemente por ser distinta. No necesito ponerme en la mitad del tráfico, para que me vulneren más.

¿Cómo te defines a ti misma?

Yo no me llamo escritora, yo me considero una autora que escribe artículos de humor, ensayos, crónicas de carácter festivo. Me considero una investigadora apasionada. Y creo que soy "exitosa" en la poesía. Pero prefiero definirme como una persona que es sumamente fiel a ella misma y que, siendo fiel a ella misma, incurre en la excentricidad de no ser como los demás.

¿Has participado en concursos literarios?

A mucha honra y a mucha rabia. Participé una vez en el Miró con un libro muy bello que se llama Eroticario . Ese año le dieron el premio a una persona que presentó lo que un poeta amigo y yo dimos en llamar un poemiario.

Dolor viene de dólar

Los libros de Virginia son difíciles de conseguir. La producción es muy limitada, debido a su "limitada capacidad de endeudamiento". Además, ella los promete en matrimonios, no ya de conveniencia sino de subsistencia, antes de que salgan de la imprenta. Cada publicación le representa un enorme esfuerzo, pero ella no se rinde: "Yo estoy dispuesta a que mis libros no se vendan, pero no estoy dispuesta a dejar de hacerlos. Si florece una orquídea en el desierto, nadie la va a ver, pero eso no significa que no existe."

"Llegó un momento", recuerda Virginia refiriéndose al proceso de investigación que conllevó Cien años de hilaridad en que cuando me decían 'periódicos de 1920', yo estornudaba por 3 días".

Con ayuda de su hija Mariela, pasó meses buscando periódicos antiguos para "ni siquiera encontrar el nombre de Alberto González Torpedo, sin el cual me negaba rotundamente a cerrar mi libro, porque fue un famosísimo humorista de los años 20/30".

La situación financiera, por otra parte, se tornó tan apremiante que estuvo considerando empeñar a Mariela, "porque está visto que mis hijas son mis joyas".

Si el libro se terminó fue gracias a una mecenas "que lleva el nombre de la gran señora, y que llegó en un momento en que yo estaba a punto de mandar que lo publicaran póstumo. Que esperaran a mi cremación, que va a tener que ser en la bahía."

Virginia, ¿el pesimismo y la tristeza alimentan el humor?

Yo no creo que lo alimenten, pero sí creo que lo generan, lo catapultan. Mi papá cultivaba un poco el humor negro. El decía: "las cosas están desempeorando."

El humor es la única esperanza, pero ya no es ese humor jocoso que te hace desternillarte de la risa, sino que te da un cierto sentido de ampliación de tu resistencia. El humor es mi forma de torear ante los cuernos del toro de la vida; es más ingenio que risa.

Esas escenas felices, en cuanto a lo bien realizadas, que tú ves en las películas de Charlie Chaplin, en el fondo están poseídas de una tristeza que no llega a ser amargura porque se impone el humor. Que es como un desplante que tú le haces a la vida cuando la vida te quiere plantar...

¿La vida es triste?

Digamos que es una melodía infinitamente triste hasta que se termina, pero que tiene la salpicadura de tantas notas alegres como tú quieras permitir. O como la vida que estás llevando te lo permita...

Pienso que eres generosa al permitir que la gente se ría de ti.

Yo creo que no solamente los demás se deben reír de ti, en el sentido de que a través de ti puedan encontrar la alegría -cualquier payaso es noble-, sino que tú te desintoxicas riéndote de ti misma. Porque uno siempre ve al mundo a partir de uno mismo. Entonces, desde el momento en que tú te suavizas, te aligeras con la risa, terminas riéndote del mundo.

Cien años de hilaridad Por Virginia Fábrega

Esta empresa editorial encuentra sus raíces en pesquisas que me dí a hacer desde 1977, con motivo de la elaboración de mi tesis. Entre los hallazgos que premiaron aquellas investigaciones, estuvieron la obra festiva de Antonio Noli Batista; los "chispazos" de los chiricanos Ramón del Cristo Morales y José Modesto Molina; los epigramas de Rafael Aizpuru Aizpuru; la ingeniosa pluma de Federico Escobar y un sinfín de poemitas panameños anónimos que fueron llenando hilarantes páginas de otras publicaciones mías: Poesía Festiva de Panamá y Colombia de los siglos XIX y XX , Crónicas Panameñas , Panorama de Humor de las Letras Panameñas del Siglo XX .

Cada una de estas empresas librescas terminó por convencerme de que la vida está llena de cantos y contracantos; en este caso, risas y lágrimas. Por un lado, me regocijaba en extremo toparme con epitafios en verso como el magistral de Gil Blas:

Yace aquí un varón cimero/que gobernó la Nación./Fue tan perfecto embustero/que murió del corazón,/víscera que nunca tuvo/mientras por el mundo anduvo.

Por otro lado, me echaba a llorar torrencialmente cuando sufría las torturas que significa publicar por cuenta propia. En Panamá resulta casi un crimen. Uno queda suplicándole al que sea que le compre un libro. Cuando vas como yo, por el número siete, los más allegados se atreven a alzar una ceja e inquirir "¿Todavía andas en eso?" Me conforta haber podido escuchar, de boca del gran Arciniegas, que él "había cometido más de veinte libros"... Por otra parte, no deja de afectarme recordar que mi querido tío Pepper Miró le decía a todo el mundo que a él le encantaban mis libros, porque podía leerlos en el excusado...

Precisamente fueron las "salidas" de tío Pepper algunas de las anécdotas que más me hicieron reír desde mi infancia. Mi padre, por su parte, era un surtidor de risas inextinguibles. Recuerdo la época en yo estrenaba adolescencia. Había leído que a mi color de ojos le iban las sombras verdes, y me las ponía hasta para ir al chinito. Yo no era muy aventajada en aquello del maquillaje; pero lo confirmé gracias a mi padre, un domingo:

-Virginia, anda a ponerte los ojos de perico que nos vamos a misa.

El viejo quería mucho a su primo hermano, Cosaco López Fábrega, que no podía con la gracia. Rumbero irredento, traía de vuelta y media a la querida tía Elsa con su alianza con el whisky. Una madrugada, la pobre le preguntó:

-Cosaco, ¿cuándo vas a dejar de tomar?

Este ni pestañeó:

-¿Acaso soy adivino?

Mi papá también tenía entre sus parientes más dilectos al tío Julio Fábrega, gran jurista y ex candidato a la Presidencia.

Dicen las malas lenguas -que suelen decir cosas muy buenas- que cuando tío Julio, trabajador hasta la muerte, andaba por los 80, su secretaria le dijo un día:

-Don Julio, perdone pero.. tiene la bragueta abierta.

Impertérrito, el viejo repuso:

-Ay, mijita... ¿y usted cuándo ha visto un velorio con las puertas cerradas?

En Santiago de Veraguas son proverbiales las ocurrencias de mi tío Polo Fábrega. Dicen que una muchacha de muy buen ver, pero muy pocos recursos, fue a pedirle su ayuda en un apuro.

-Ño Polo, por favor, présteme 50 pesos, que en seis meses se los devuelvo...

El viejo ayudó a la paisana. Pasó el plazo predicho y la joven regresó cabizbaja:

-Ño Polo, con mucha pena vengo a decirle que le quedé mal... No pude reunir la plata, pero aquí 'toy, pa' que se cobre...

El viejo Polo miró a la apetitosa muchacha, suspiró y le contestó:

-Vea, m'ija, olvídese de los 50 pesos... Mejor es que usté quede mal conmigo a que yo quede mal con usté!

Junto a los cuentos de Polo con que culmina mi libro, brillan muchos más, que pueblan de risas muy panameñas Cien Años de Hilaridad , que espero mis compatriotas disfruten leyendo tanto como yo al trabajarlo.

El libro de Virginia Fábrega está a la venta en la Librería Cultural.

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