Teddy, el último caballero de Camelot

Noviembre de 1963. Una semana tras la muerte del presidente John F. Kennedy, su viuda Jackie invitó al periodista Theodore H. White al complejo Kennedy en Hyannisport. Del encuentro surgió una nota en la revista Life, que a la sazón era uno de los medios más influyentes en la creación -y credibilidad- de imágenes públicas. Jackie, que se había hecho el firme propósito de forjar la imagen de JFK para la posteridad, convenció a White de que cerrara la nota caracterizando al occiso como “un hombre con magia”, y a su presidencia como especial y además, comparó la presidencia Kennedy con Camelot, robando una frase de la epónima obra de Broadway, basada, por supuesto, en La Morte d’Arthur de Sir Thomas Malory. En 1969, White donaría los documentos relacionados a la Biblioteca Kennedy.

Ese mismo año, el hermano menor de JFK, sufría las consecuencias de un lapso de juicio que él mismo llamaría imperdonable y que a los ojos de muchos, dio fin a sus aspiraciones presidenciales: la muerte accidental de la joven Mary Jo Kopeckne, en la isla de Chappaquiddick. Edward o Teddy, como se le conocía, no tendrá biblioteca, efigies o parafernalias presidenciales, pero deja un legado tal vez mayor, y más duradero.

En otras palabras, pasará a la historia como el más noble de los caballeros de aquel Camelot, ubicado en el 1600 de Pennsylvania Avenue.

Fue un Kennedy hasta la médula, con todos los grandes defectos del clan, pero con todas las grandes virtudes. Perseveró durante toda una vida, y se convirtió en el gran paterfamilias de la famosa tribu bostoniana, amén de dejar una estela de logros imponentes durante sus décadas en el Senado. Parece no haber tema social o humanitario sin su huella. Luchó contra la guerra de Vietnam; a favor de los derechos humanos y en contra de la segregación; católico, estuvo a favor de que el gobierno permitiese, bajo condiciones controladas, la creación de embriones clonados para obtener de células madre para investigación científica.

Fue propulsor de los programas de reparto alimenticio para discapacitados y tuvo una capacidad insólita de surcar puentes bipartisanos para causas que consideraba justas, como Medicaid y el programa pro niñez de Bush.

Al final del día, vivió bajo el código de caballerosidad arturiana que describiera Malory: No ultrajar ni matar; huir de la traición; jamás ser cruel, sino clemente; socorrer a las damas y desvalidos, y no emprender batallas falaces por amor a los bienes terrenales. Esto lo demostró con lo que una vez dijo, fue su voto senatorial más importante: el no rotundo a la guerra de Irak.


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