El lerdo del curso

Hace un tiempo, cuando se avecinaba una importante elección, un amigo mío me confesó que no pensaba votar por determinado candidato, a pesar de que había sido condiscípulo suyo.

-Es que uno no puede votar por el lerdo del curso, me dijo.

No es el burro, ni el que tropieza y cae, ni el perezoso. El diccionario dice que lerdo es alguien “tardo y torpe para comprender o ejecutar una cosa”. El lerdo del curso es menos y más que eso. No necesariamente se muestra tardo y torpe en las ejecuciones. Por el contrario: suele ser rápido para emprender barbaridades. Es lerdo para pensar, para que le funcione el cerebro.

El lerdo puede, y suele, disimular su levedad mental, pues para que sea lerdo no es preciso que lo parezca. A veces se camufla como el más simpático del curso, el mejor atleta o el que pone la cara más seria y asiente con la cabeza cuando el profesor explica un problema. Diríase que fue el que mejor entendió. No es así, pues engaña mucho, pero no engaña a sus condiscípulos.

También existe el payaso del curso, que ganó un espacio haciendo reír y detenta el poder que le confiere su sentido del humor. Está el lambón del curso, que conquistó un sitio bajo el cielo merced a su zalamería con el profesorado.

Y el perezoso del curso, último en llegar a todo, dormilón en clase y negado para la acción. Y el macho del curso, que se ha abierto a codazos un lugar por su fuerza y valentía.

Y el deportista del curso, que salva el honor en los partidos de fútbol. Y el sabio del curso, que escribe poemas y habla de cosas raras y lee a Borges. Y el donjuán del curso, encanto de las muchachas y envidia de sus amigos. “Uno puede votar por ellos”.

Y el afeminado del curso, que comenta la vida de los artistas y sabe en qué está la moda. Y el dañado del curso, pionero en revelar, practicar y enseñar los secretos del sexo. “Uno puede votar por el afeminado y el dañado del curso”.

Y el último del curso, que a veces es más inteligente que el primero, pues rara vez el primero es el más inteligente del curso. Por ambos se puede votar.

Lo que no se puede votar es por el lerdo. Porque el lerdo es un peligro: tiene posibilidades de salir adelante.

Yo he tratado de encontrar ejemplos históricos del lerdo. He descubierto grandes hombres que fueron malos estudiantes, como Einstein y Churchill.

También tipos de éxito que dejaron los estudios, como Henry Ford, los hermanos Wright, Al Pacino, Hitler, John Major, Sinatra y Herman Melville. Pero no descubro en ellos al lerdo, sino a otros personajes del curso.

Pensé por un momento que lo había encontrado al leer la biografía de Santo Tomás de Aquino. Era rico, noble, gordo y tan mal estudiante que muchos lo tenían por retrasado. Luego se metió de cura, siguió engordando, sacudió con sus tesis la teología y la filosofía medievales, y entonces se supo que no era el lerdo del curso sino el perezoso. El cerebro le funcionaba mejor que a los demás. Lo que no le respondían eran los músculos.

El caso es que mi amigo tenía razón. Uno puede votar por cualquiera de sus compañeros. Menos por el lerdo del curso. La clave está en saberlo descubrir.


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