Cuando se es padre, uno tiene la ilusión de que la vida de tus hijos sea mejor que la tuya. Esperas que los dolores tuyos, esos que pasan por una decisión equivocada o por azares de la vida, no los sufran ellos, y si ocurre, que les sean leves las heridas. Claro, también se quisiera que nuestras alegrías se multiplicaran para los retoños.
Esa es una de las premisas más valiosas de Todo está bien, dirigido por Kirk Jones (Despertando a Ned) y protagonizada por Robert De Niro, Kate Beckinsale, Sam Rockwell y Drew Barrymore.
Otra lectura de esta película es que la felicidad no la da el bienestar económico, aunque no dudo que ayuda saber que tienes dinero para pagar las deudas cotidianas (luz, agua, teléfono, casa, etc.) y darte el lujo de ahorrar y de invertir en actividades relacionadas con el ocio.
Todo está bien presenta a un padre de familia viudo, abuelo y jubilado, que desea reunir a su clan en torno a la mesa, pero cada uno de sus hijos está tan ocupado, que nunca puedo lograrlo.
Por eso, un día decide sorprenderlos y llegar a sus casas para ver cómo les va.
Sí, les va bien, por lo menos en términos de tener un trabajo asalariado, una vivienda, un automóvil, una familia y comida, pero descubre que la existencia de sus cuatro hijos está encaminada por el tedio.
Robert de Niro encarna magistralmente a este hombre que se da cuenta de una verdad: que podremos intentar darle lo mejor a nuestros hijos, pero cada quien termina forjándose su propio destino, como decía Emerson.
Todo está bien sería admirable en su totalidad si no fuera porque es una reposición de una obra maestra del mismo título, que dirigió en 1900 el insuperable italiano Giuseppe Tornatore.
El tono de comedia dramática por el que apuesta Kirk Jones hace que su producto tenga la misma consistencia de un merengue. Mientras, la atmósfera melodramática de Tornatore hace del original un título tan resistente como el Peñón de Gibraltar.
Hay aspectos que Jones mantiene de la cinta de Tornatore. Tanto Frank Goode (Robert de Niro) como Matteo Scuro (Marcelo Mastroianni) encontraban en sus esposas los hilos de Adriadna que los unía con sus hijos.
Ambos se sienten inmensamente solos cuando su compañera ya no está a su lado y los dos están enfermos de desilusión porque sus chicos han tomado por senderos de infelicidad o de felicidad artificial.
