El retorno de las hadas

AGarfio, o mejor dicho, al capitán Garfio, que es un buen pirata porque es malo, traidor, fanfarrón y amante de lo ajeno, según refiere Fernando Savater en uno de sus monólogos dedicado a Peter Pan, lo persigue eternamente un cocodrilo. Según cuenta Savater, ese terrible saurio le comió una vez la mano con todo y reloj y el cocodrilo lo sintió tan sabroso que soñaba con comerse el resto y por eso Garfio podía advertir la cercanía del cocodrilo al escuchar el tic tac de su querido reloj. A este pasaje yo le añadí en el hermoso libro que por primera vez me trajo de regalo mi inolvidable amiga Milvia Arbaiza, las siguientes palabras: A Garfio no le queda otro remedio que cantar el bolero de Lucho Gatica que dice “reloj no marques las horas, que me voy a enloquecer”.

El mundo de los niños ejerce una atracción irresistible y ciertas obras como la Caperucita Roja y Pinocho han sido objeto de versiones distintas y han sido enfocadas desde un prisma que involucra contar una historia tierna y cómica como lo hizo Luigi Malerba con estos personajes de la literatura infantil.

Hace ya una cantidad de años que leí la anécdota recodada por José Pepe Donoso en su libro Historia Personal del Boom. Se encontraban de visita en el apartamento de Mario Vargas Llosa y Patricia, la noche del 24 de diciembre, García Márquez, Cortázar y Agné, los dos niños de Vargas Llosa y los dos de García Márquez y Pilarcita. Cuando ya casi era hora de partir, Julio Cortázar y Mario Vargas Llosa se enfrascaron en una competencia extraliteraria. Cito el comentario de Donoso: “lucharon tan enconadamente, entusiasmados por guiar una carrera de carritos por control remoto sacados de la bolsa de regalos de Álvaro y Gonzalo, que cansados se habían ido a dormir acompañados de Pilarcita”.

No hay duda de que en estos últimos días de noviembre, con la pulcritud y la transparencia de los días azules y soleados, dejan en el ánimo ese espíritu mágico que la infancia recupera desde Rudyard Kipling hasta Harry Potter. Casi en las puertas de diciembre, estas líneas no tienen otra finalidad que invitar a reiniciar la canción de Navidad de Charles Dickens, volver con Julio Verne a las profundidades del mar o mirar la ciudad desde el globo que vuela sobre la ciudad de París, ir a conversar con las hadas buenas y los brujos poderosos y sabios, envolvernos con el sentimiento y la magia de esa canción que nos acompaña desde niños, que es la Noche de Paz, ver el mundo a través de esas ventanas en forma de círculo de los hobbits y maravillarnos con la invención de sus juguetes y unirnos a las correrrías de los elfos al ritmo de sus canciones y ver la estrella de la tarde a través de los ojos de la Dama de Arwen.


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