A las 6:22 p.m. sonó su teléfono celular. Ricardo Martinelli se levantó de la mesa redonda, ubicada en el centro de la suite número 1904 del piso 19 del hotel Marriott, y caminó el paso que lo separaban del aparato, apoyado en un mueble a la entrada de la habitación.
–Hola –dijo.
Las personas que lo acompañaban empezaron a levantar las manos para pedir silencio, mientras el televisor arrojaba resultados y cifras.
Martinelli cruzó unas palabras que pocos oyeron, y cortó.
–En cinco minutos me va a llamar a este número el magistrado Erasmo Pinilla –anunció.
La habitación del hotel estalló en aplausos. El presidente del Tribunal Electoral no le había confirmado que era el presidente electo, pero esa llamada previa no admitía otra interpretación: Martinelli estaba a solo unos minutos de convertirse en el sucesor de Martín Torrijos.
Finalmente, a las 6:35 p.m., entró el segundo llamado.
–Ajo, aquí está la llamada –dijo en voz alta.
En efecto, Pinilla le comunicó al líder de Cambio Democrático que la gente lo eligió para ocupar el principal sillón del Palacio de las Garzas hasta el año 2014. “A nombre propio, a nombre de todos los partidos de la alianza y a nombre de todo el pueblo panameño, le doy las gracias”, respondió.
La habitación volvió a “estallar” apenas cerró el teléfono. Martinelli agradeció a todos por el apoyo y, enseguida, llamó a su mujer.
–Gorda, ven para acá.
Marta Linares de Martinelli se acercó a felicitar a su esposo. Enseguida sus hijos Ricardo, Luis Enrique y Carolina se sumaron al saludo: todos tenían una sonrisa en su rostro.
El televisor continuaba mostrando cifras, aunque ya nadie le prestaba atención.
Todos abrazaban al hombre vestido con jeans, suéter oscuro con un enorme número 5 en la espalda, y zapatillas negras. Alberto Vallarino, Roberto Henríquez, Frank De Lima, José Raúl Mulino, Aníbal Galindo y Sergio González Ruiz.
Por último, Martinelli le reservó un largo abrazo a su compañero de fórmula, el jefe del panameñismo, Juan Carlos Varela.
La Prensa fue el único medio de comunicación presente en la suite.
En medio de la celebración, y tras el llamado de Pinilla, Vallarino se comunicó con un integrante del Partido Revolucionario Democrático (PRD) para averiguar sobre el ánimo de la candidata Balbina Herrera.
Faltaba, para que el círculo se cierre, su discurso aceptando la derrota. Esa persona le dictó el número de celular de Héctor Alemán. El jefe de campaña de Herrera, finalmente, habló con Martinelli sin darle ninguna seguridad sobre los caminos que tomaría la postulante del oficialismo.
–¿Cuál es el próximo paso? –preguntó Martinelli, apenas cortó.
Su asesor externo Alex Castellanos le recomendó esperar el discurso de Herrera antes de hacer cualquier declaración pública.
Nadie entendía por qué la postulante del PRD no salía a la palestra.
–¿Vamos a Atlapa? –insistió el Presidente electo.
Sus asesores le repetían que esperara. En ese momento entró a la suite su jefe de campaña, Jimmy Papadimitriu, quien durante todo el día estuvo monitoreando la elección en lo que llamaron la “sala de guerra”.
El aluvión de entusiasmo no se pudo contener más. Martinelli gritó “nos vamos todos”, salió raudo hacia los ascensores, bajó al entrepiso y se dirigió a sus seguidores –y a la prensa– que se encontraba esperando allí.
En segundos, la suite número 1904 quedó desierta.
Martinelli había llegado al Marriott minutos antes de las 5:00 p.m. Prolijo, saludó a todos los empleados del lugar que lo esperaban en la puerta y luego subió a su cuarto con un grupo pequeño de colaboradores y amigos. Allí iba a esperar los resultados de las elecciones.
Apenas entró, prendió el televisor y se sentó en un amplio sillón a mirar los primeros resultados oficiales. Las noticias eran buenas: estaba varios puntos arriba de Herrera. “Estamos arrasando”, se entusiasmó. A su lado, Varela festejaba cada vez que los noticieros mostraban los números preliminares de Herrera, su “provincia” .
Las cifras eran tan favorables, que en un momento Martinelli se puso a revisar su discurso de victoria con un asesor.
Esas palabras serían el último acto de un día que empezó a las 6:20 a.m. en su casa de Altos del Golf. Allí desayunó con un grupo amplio de periodistas y amigos que lo pasaron a saludar apenas despuntó el día.
–¿Cómo se siente? –le preguntó un reportero.
–¿Yo? Súper, hoy empieza el verdadero cambio –contestó.
Cada paso de Martinelli era seguido por un enjambre de camarógrafos. Nadie se quería perder ni una palabra del candidato favorito, que contó –con una taza de café con leche en la mano– que durmió bien, que vio el piñazo que le pegó Manny Pacquiaco a Ricky Hatton y que abrió los ojos a las 5:00 a.m.
Unas horas más tarde se dirigió al aeropuerto de Albrook. Su equipo de campaña le había organizado una agenda apretada: a las 9:00 a.m., su avión despegó con rumbo a David (Chiriquí): lo acompañaban su esposa, Vallarino y Henríquez.
Cuando llegó se juntó con Varela, que venía de votar temprano en Pesé, y los dos se fueron a recorrer tres escuelas de la zona.
De allí de nuevo a Panamá –por el clima no pudieron visitar Santiago– a votar y, otra vez, a visitar establecimientos educativos.
Durante todo el recorrido atendió su teléfono con urgencia. A sus interlocutores les pedía rapidez. “Por favor, que tengo poca batería”, le decía a unos. “Disculpe, pero se me acaba la batería”, les repetía a otros.
Apenas llegó al hotel puso a cargar su celular. Martinelli sabía –quizá desde que abrió los ojos– que ayer recibiría la “llamada” que esperó por cinco años.
Una llamada que llegó a las 6:35 p.m. Y le cambió la vida.

