Nisrin Akoubeh comprueba el aceite, el nivel de agua, cierra el capó y se lanza con su taxi a las calles de Ammán para buscar a su próxima clienta.
Esta pelirroja pasa 10 horas diarias conduciendo un taxi, una actividad muy poco habitual para una mujer en un país musulmán y conservador como Jordania.
“Quiero romper la cultura de la vergüenza y demostrar al mundo árabe que las mujeres son fuertes y capaces de trabajar en todos los sectores hasta ahora monopolizados por los hombres”, explica.
Igual que sus compañeras, quiere convertir la profesión de taxista en un oficio honorable también para las mujeres, desafiando las rígidas normas de la sociedad patriarcal jordana.
En su taxi exclusivo para mujeres suele llevar a enfermeras que vuelven a casa tras terminar el turno de noche, estudiantes o madres de familia que llevan a sus hijos a la escuela.
Vestida con una camisa rosa y una corbata azul oscuro, Nisrin Akoubeh encadena las carreras en medio del ruidoso tráfico.
A veces sus pasajeras son saudíes de paso, cuyos maridos se niegan a que viajen en un taxi conducido por un hombre. En Arabia Saudí, las mujeres tienen prohibido conducir, menos aún un taxi.
“Cuando termino tarde las clases en la universidad o cuando salgo de noche prefiero tomar estos taxis”, explica Ghena al Asmar, estudiante de 19 años y cliente fiel de los taxis para mujeres.
En Jordania medio millón de mujeres tienen permiso de conducir, un 20% del total de automovilistas, según datos oficiales.
Aunque Nisrin Akoubeh asegura haber recibido apoyo, también lamenta encontrarse a veces con gente “que me recuerdan que hago un trabajo de hombres y que mi lugar está en casa”. Así piensa Mohamad al Ahmad, un funcionario de 50 años. “Vivimos en una sociedad conservadora, regida por costumbres y tradiciones tribales”, dice.

