Febrero de 1917. Los atroces bombardeos aéreos– los primeros de la historia- dejan un escenario dantesco en Europa.
Pablo Picasso tiene solo 36 años, pero ya ha revolucionado el mundo del arte con el estilo cubista que cristaliza la realidad en una pintura caleidoscópica y encripta el tema hasta su imposible reconocimiento.
En ese momento, emprende un viaje a Roma con su amigo Jean Cocteau y queda fascinado por las ruinas del imperio romano y la armonía de los clásicos. Cien años después de aquel periplo inspirador que le llevó también hasta Nápoles y Pompeya, la capital italiana rinde homenaje al genio con la exposición “Picasso. Entre cubismo y clasicismo: 1915-1925”, que incluye más de 100 obras entre pinturas, acuarelas, diseños, fotografías, cartas y otros documentos.
Todas ellas proceden de algunos de los museos más prestigiosos del mundo, entre ellos el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid, la Fundación Museo Picasso de Barcelona, el MoMa, el Metropolitan o el Guggenheim de Nueva York, y también del Centro Pompidou o el Museo Picasso de París.
IMPACTO
“Picasso llegó a Italia henchido de cubismo, pero pronto fue impactado por la cultura popular italiana, por las pinturas eróticas de Pompeya, así como por la monumentalidad de la escultura grecorromana”, señala el director del complejo del Quirinale que alberga la muestra, Matteo Lafranconi. Dos mujeres que corren en la playa (1922) o La flauta de Pan (1923) son un reflejo de la fuerza que la escultura clásica imprime en la obra de Picasso.
Esta aventura, que tan solo duró dos meses, no solo marcó al artista español en lo artístico. Picasso se enamoró de la bailarina rusa Olga Khokholova: su musa predilecta, su esposa y la madre de su primer hijo Paolo. “Olga influyó en el desarrollo artístico del pintor. Desde la infancia estaba acostumbrada al arte clásico y le horrorizaba el cubismo. De manera que Picasso pintó cuadros de Olga y de su hijo en estilo neoclásico, ya que su esposa quería reconocer su cara y no tener que buscarla entre extrañas figuras geométricas”, explica una de los comisarios de la exposición, Annunciata von Liechtenstein. Este estilo de esencia clasicista se pone de relieve en Retrato de Olga en sillón (1918) y Arlequín (1917).
La exposición culmina con Parade, un enorme telón de 17 metros de largo por 10 metros de alto que sirvió de escenario para la representación de los Ballets Russes, de Sergej Diaghilev, y que rompió con el tono orientalista precedente para germinar una tendencia más vanguardista que transformó por completo el espacio visual. Picasso ilustra una vivaz pista con payasos, bailarinas y animales que por sus enormes dimensiones rara vez sale del Centro George Pompidou de París que lo tiene en custodia.
“Esta obra contribuyó de un modo especial a hacer comprender que el cubismo no era una simple geometría de formas, sino una visión mágica en la que Picasso expresa su habilidad de mezclar estilos”, detalla von Liechtenstein.
Italia celebra con una serie de exposiciones la relación de Picasso con el país que revalorizan al prolijo artista, un pintor inagotable. La exposición del Palacio del Quirinal podrá visitarse hasta el 21 de enero de 2018.
