Juan Luis Batista
El libro Ensayo sobre la ceguera, del escritor luso José Saramago, es una inquietante mirada al interior del ser humano que deja al lector con esa extraña sensación de que se encontró con todos los demonios del infierno juntos, en un mundo donde cada quien lucha por sobrevivir a costa de lo que sea. La solidaridad, la compasión, la justicia, la honestidad y la sensibilidad, entonces, constituyen la excepción en esta sociedad anárquica.
Pero ¡sorpresa!, este no es un mundo imaginario. “Dentro de nosotros existe algo que no tiene nombre y eso es lo que realmente somos.” Con la lectura, uno puede llegar a la conclusión de que buena parte de nuestra sociedad vive en esta ceguera muy bien descrita, cuasi documentada en esta novela. De ahí que el libro adopta características de ensayo.
La historia empieza con un conductor que espera la luz verde en el semáforo. De repente los carros avanzan, pero uno se queda inmóvil. Los conductores de los demás autos tocan la bocina frenéticamente para que se mueva o intentan ayudar pensando que se trata de otro coche averiado. Pero el hombre al volante está ciego. Solo “ve” o se representa en su cerebro una mancha lechosa. “Los ojos parecen sanos, el iris se presenta nítido, luminoso, la esclerótica blanca, compacta como la porcelana”.
Cada persona que tiene algún contacto con el primer ciego –o los que le siguen–, se convierte en víctima de manera fulminante de esta ceguera blanca que se expande como la visión de unos binóculos. Así, ya sea en cuarentena o vagando por la ciudad, no precisa identificarla, los humanos se enfrentan al desafío de vivir como si tuvieran los ojos cerrados. Solo un personaje, la mujer del oftalmólogo, es inmune al extraño fenómeno y conserva –pese a todo y desde la nada– principios humanistas en la oscura realidad que le tocó enfrentar: “...no sabéis, no podéis saber, lo que es tener ojos en un mundo de ciegos, no soy reina, no, soy simplemente la que ha nacido para ver el horror...”
Los personajes no son identificados por sus nombres, sino por una condición particular que los vuelve genéricos. Es decir, el ladrón de coches, el niño estrábico y la chica de las gafas oscuras. Sin embargo, esta es tan solo una trampa del autor porque los describe detalladamente en lo físico, en lo emocional y en lo psicológico, de tal forma que es fácil seguir el hilo de la historia.
Los diálogos están escritos entre comas y un narrador omnisciente se encarga de poner contexto y dar sermones sobre la conducta humana: “...con la tripa en sosiego cualquiera tiene ideas, discute, por ejemplo, si existe una relación directa entre los ojos y los sentimientos, o si el sentido de la responsabilidad es consecuencia natural de una buena visión, pero cuando aprieta la barriga, cuando el cuerpo se nos desmanda de dolor y de angustias es cuando se ve el animal que somos...”
Publicada en 1995, la novela encarna la actitud crítica del autor frente al modo de vida occidental. Era un duro crítico del capitalismo. “No somos ricos, pero vivimos como si lo fuéramos”, repetía; y “no es que yo sea pesimista, es que el mundo es pésimo”. Arreciaba contra la “frivolidad de los medios de comunicación” y nunca se guardó nada ante el pobre papel de las religiones frente a la necesidad de ser tolerantes unos con otros.

