El día que coincidí con él en la fonda La Última Lágrima era aún un tipo joven. Lo habían contratado para cuidar de noche un cementerio y estaba dichoso en su cargo.
-No se imagina la soledad y el silencio que reinan en ese cementerio después de las 10:00. El horario me permite ir a clases de inglés por las tardes y estudiar por las noches.
Dejé de verlo unos años y cuando lo encontré de nuevo ya no estaba contento.
-El puesto es bien pagado y pocos lo desean –explicó-. Pero resultó fatal para mis estudios. El cementerio es demasiado tranquilo, y a eso de las 11:00 me agarra un sueño espantoso. Entonces me acuesto a dormir en el sofá de la administración y solo me despierto para entregar el turno. Por eso perdí el curso en el instituto.
Aseguraba Javier que en un sitio con más movimiento no se dormiría y podría repasar las lecciones.
-Le recomiendo si sabe de algún puesto.
Pero lo de los empleos está difícil, y meses después Javier continuaba en su cargo. Solo que más contento. Había dejado los estudios, trabajaba de día en un almacén y por las noches aprovechaba la paz de los sepulcros para dormir.
Lo felicité, convencido de que había arreglado su problema. Por eso me extrañó encontrarlo desesperado un tiempo después.
-Llevo meses sin dormir. Paso las noches en blanco y me echaron del almacén porque roncaba.
-¿Pero no era el mejor lugar del mundo?
-Era. Pero los celulares lo volvieron un infierno.
“Con la moda de los celulares, a la gente le ha dado por enterrar a sus parientes con un teléfono portátil en el féretro. Unos dicen que es por si el difunto no ha muerto sino que sufre un ataque de catalepsia. Gracias al celular, podrá telefonear para que lo saquen de ahí. Otros prefieren llamar cada noche a ver si el timbrazo devuelve al finado del ataque. De algunas sepulturas salen timbres chillones, en otras se oyen tangos, vallenatos y canciones de Shakira.
“A toda hora entran llamadas de los que ignoran que el portador del teléfono ha fallecido. Estas disparan el contestador y, como algunos parlantes quedan conectados, las tumbas emiten voces pregrabadas que piden dejar el número telefónico “para que su llamada sea respondida en el menor tiempo posible”. ¡El menor tiempo posible de estos pobres tipos es la eternidad!
“Los telefonazos de negocios cesan a las 11:00 p. m., y entonces entra otro tipo de llamadas. Son las de los deudos –viudas, huérfanos, mamás— que, llenos de tristeza, se consuelan hablando a sus finaditos. Muchas brotan por los altavoces: llantos, despedidas…
“Lo peor es la madrugada, cuando los amigos borrachos llaman al muerto y le dicen que lo recuerdan y brindan por él. Es el momento en que pasan al teléfono las amantes y el dueño del bar que perdona una cuenta que jamás se pagará.
“Las llamadas etílicas terminan como a las 4:00. A esa hora no he podido pegar los ojos. Y a las 5:00 comienzan a sonar los despertadores de los teléfonos sepultados, de modo que, cuando entrego el turno, una hora después, no he dormido nada.
“La situación es tan desesperante que decidí retirarme. Con los ahorros quiero poner una tienda de celulares en vez de la cafetería. Le recomiendo si sabe de algún posible socio”.