Peter S. Green
Una nueva división ha aparecido en Europa oriental: en tanto que Europa occidental se está desplazando hacia la derecha, la izquierda ha triunfado en las tierras del ex bloque soviético que en un tiempo rechazaban rotundamente cualquier cosa que les recordara su pasado comunista.
Los partidos social-demócratas que triunfaron en la República Checa este mes, en Hungría en abril y en Polonia el pasado septiembre, tienen muy poca semejanza, si no es que ninguna, con los comunistas de antaño.
Pero son encabezados, en al menos dos casos, por hombres que eran miembros del Partido Comunista: el primer ministro de Hungría, Peter Medgyessy, incluso confesó en el Parlamento este mes que en un tiempo trabajó para la policía secreta de la era comunista.
Una medida de lo mucho que han cambiado los tiempos, lo fue el hecho de que esta confesión no generó un enorme escándalo. Sus oponentes conservadores, todavía dolidos por su derrota por un margen muy estrecho ante él en abril, pidieron su renuncia, pero Medgyessy, un experto financiero que tiene el molde clásico de los severos nuevos políticos de Europa central, no parece estar en peligro de perder su empleo.
Hace media docena de años, una fuerte votación para la izquierda de algún país de Europa oriental o central habría significado un voto para una versión disuelta y color de rosa del comunismo, y contra los partidarios del libre mercado y anticomunistas, quienes promovían la iniciativa individual sobre la intervención gubernamental.
Ahora, sin embargo, los social-demócratas se han apropiado de los mismos temas que en un tiempo eran la mayor característica de la derecha: membresía en la Unión Europea y en la Organización del Tratado del Atlántico del Norte, un sistema judicial funcional, el fin de la corrupción y de los privilegios económicos de la élite política, y el rechazo de una ideología rígida.
En consecuencia, el lamento del político conservador checo Vaclav Klaus, acerca de que las elecciones recientes fueron una tragedia para todo partido democrático y un triunfo sólo para los comunistas, suena un tanto hueco. En la Europa oriental o central de nuestros días, la única diferencia significativa en el panorama político al parecer es la velocidad con la que los diferentes partidos prefieren unirse a la Unión Europea y cuánto peso dan al nacionalismo.
Los partidos firmemente partidarios del libre mercado prácticamente han desaparecido, y casi todos los partidos de cierta importancia en la región apoyan una red de seguridad social bien tejida. Tal atractivo para los votantes muy posiblemente lleve a los izquierdistas al poder en Eslovaquia en septiembre, y ya funcionó en Rumania para regresar a Ion Iliescu un socialista y ex integrante de la cúpula comunista a la Presidencia en el año 2000.
No hay un abismo entre la izquierda y la derecha en Europa central, dice Charles Gati, catedrático de estudios europeos en la Escuela Johns Hopkins para Estudios Internacionales Avanzados, en Washington. Los socialistas son tan orientados al mercado como sus oponentes. Lo que está en discusión no es el comunismo contra el anticomunismo. Lo que se debate es integración contra el nacionalismo.
Los asuntos económicos y el deseo de progreso en ese renglón han comprimido todo el espectro político hacia el centro, dice Iri Pehe, catedrático de ciencias políticas en el Centro Praga de la Universidad de Nueva York.
Estamos en el período de transformación, dice, donde los partidos de centro izquierda tienen que dar pasos que normalmente no son dados por los partidos de centro izquierda en occidente, como la privatización o la congelación de precios, y los partidos de centro derecha se han dado cuenta de que afiliarse a la Unión Europea es en su interés, así que han tenido que adoptar medidas tradicionalmente izquierdistas, como la carta social de la Unión Europea.
Jacques Rupnik, profesor en el Instituto DEtudes Politiques en París, quien desde hace tiempo se ha especializado en Europa central y oriental, se muestra de acuerdo con la aseveración de que el péndulo regional se ha desplazado hacia el centro.
Han completado la transición de desmantelar el sistema comunista y construir una economía de mercado, dijo.
De hecho, las etiquetas de derecha e izquierda se han mantenido más que nada por la profunda antipatía que ambos grupos sienten el uno por el otro.
Si bien se han alejado gradualmente de las posiciones que cada uno asumió inmediatamente después de la caída del comunismo, todavía hay suficientes diferencias para permitir, por ejemplo, que la izquierda acuse a la derecha de ser aislacionista, nacionalista y dedicada a proteger a los privilegiados, y para que la derecha acuse a la izquierda de mostrarse excesivamente blanda respecto de los pecados del pasado comunista.
Tanto Klaus como el recientemente derrotado primer ministro Viktor Orban han coqueteado con extremistas de todo el espectro político, incluyendo en el caso de Klaus los despreciados e irredentos comunistas checos, quienes comparten su escepticismo acerca de Europa y los extranjeros.
En contraste, los europeos centrales ven a sus partidos socialistas como entidades capaces de hacer lo necesario, sin por ello alterar la comodidad relativa que muchos habitantes de la región ahora disfrutan.
La tendencia general es elegir líderes con quienes se sienten cómodos, que no griten y que sean experimentados, dice Gati. Los checos, por ejemplo, quieren dejar la ciudad los jueves para instalarse en sus casas de campo, y eso no lo cambia nadie. No quieren trabajar tan duro como lo requeriría el capitalismo al estilo estadounidense.
El autor es columnista del New York Times News Service
