Al patrimonio cultural, natural, recreativo y deportivo de la capital colombiana se suman un árbol y una flor, declarados insignias de la ciudad. Primero fue el nogal, árbol símbolo de inmortalidad y reemplazo del tradicional caucho sabanero, el elegido. Después, una orquídea poco aristocrática y sin nada de parásita, muy bella y en peligro de extinción. Precisamente, la vulnerabilidad de la flor fue el punto de partida para la campaña “Bogotá tiene su flor” lanzada el sábado pasado por el Instituto Distrital de Cultura y Turismo.
“La idea es motivar en los bogotanos la necesidad de crear una cultura alrededor del medio ambiente”, manifestó Martha Senn, directora de esa entidad. Y qué mejor para hacerlo que incentivar la siembra y protección de la flor que mira y protege a la ciudad desde los húmedos y fríos cerros aledaños, ambiente ideal para su crecimiento.
La Odontoglossum luteopurpureum lindl, como se le reconoce científicamente a la orquídea de ricas, grandes y vistosas flores está amenazada y requiere unas condiciones muy especiales para su reproducción. Por eso, los habitantes de Bogotá tendrán que demostrar su sentido de pertenencia con la ciudad, colaborando con el reto que se ha impuesto el distrito capital, encaminado no solo a la siembra y cultivo de su insignia sino a la protección del medio ambiente en general.
Una labor liderada por la Alcaldía Mayor de Bogotá, en la que participan además la Secretaría de Educación y el Jardín Botánico José Celestino Mutis.
Bogotá entonces dará mucho de qué hablar. No solo será la Atenas Sudamericana, gracias al pomposo epíteto concedido por el argentino Miguel Cané en el siglo pasado. Será también la capital invadida de cultura ciudadana que hará respirar el medio ambiente.





