Tras la cortina de glamour que vende la industria del cine , Los Ángeles esconde una realidad mucho más cruda: la falta de armonía racial.
Desgraciadamente, el precedente de Watts sólo aportó una calma temporal a los casi 10 millones de ciudadanos de esta gran urbe. Veintisiete años más tarde, otro triste episodio similar -aunque de peores consecuencias- sirvió como recordatorio de que en esta esquina del mundo, el color de la piel todavía marca las diferencias.
Fue en 1992, horas después de que se hiciera público el veredicto del juicio contra un grupo de policías blancos que asaltó a Rodney G. King, un hombre negro de dudosa reputación.
A pesar de la existencia de un video amateur en el que se veía a los agentes propinando una paliza a King tras una escapada en coche por las autopistas de la ciudad, el jurado les declaró inocentes.
Al igual que en 1965, la reacción fue visceral. La gente salió a la calle sometiendo a Los Ángeles bajo el martillo de la violencia y las llamas. Tres días de destrucción que dejaron a su paso más de 50 muertos, innumerables heridos y pérdidas materiales de 750 millones de dólares que convirtieron a esta ciudad californiana en la sede de los conflictos étnicos urbanos más importantes de la historia de Estados Unidos.
