Algunos bañistas se taparon el sol con la mano y alzaron la vista cuando un helicóptero de grupos especiales de la policía federal sobrevoló el fin de semana la bahía de Acapulco.
Desde hace varios días los retenes carreteros y los patrullajes aéreos forman parte del paisaje normal de Acapulco, como los clavadistas de la Quebrada y las discotecas de la avenida costera Miguel Alemán.
Las autoridades esperaron que finalizara la temporada turística de fin de año para reforzar la presencia militar, porque de lo contrario hubieran "espantado a la gente de la playa", dijo el alcalde Félix Salgado Macedonio.
Acapulco, destino predilecto de los capitalinos para darse un chapuzón de fin de semana en el mar, está enclavado 400 kilómetros al sur de Ciudad de México, en uno de los puntos calientes del narcotráfico donde el gobierno del presidente conservador Felipe Calderón está decidido a poner orden.
Más de 7 mil 600 militares y policías federales vigilan la zona como parte del Operativo Conjunto Guerrero. Además, otros 6 mil 500 peinan el estado de Michoacán, 3 mil la ciudad de Tijuana y 9 mil el Triángulo Dorado, en la Sierra Madre Occidental.
La lucha contra el crimen organizado se convirtió en la máxima prioridad para Calderón, en un país teñido de rojo en los últimos años por los ajustes de cuenta de los carteles de la droga y que proyectaba una imagen de territorio sin ley, con 8 mil muertos desde 2001.
Calderón también necesitaba afianzarse ante la opinión pública, después de su agónico triunfo de 0.56% en las elecciones de julio y su atropellada toma de posesión de tres minutos en el Congreso, entre gritos de "fraude" de la oposición de izquierda.
Por ello, tomó varias decisiones cargadas de simbolismo. Para empezar el año visitó a las tropas en un campo militar de Michoacán, vestido con casaca militar y gorra de cinco estrellas, algo inusual en un presidente mexicano.
Dos semanas más tarde extraditó a Estados Unidos a 11 narcotraficantes, entre ellos el líder del cartel del Golfo, Osiel Cárdenas Guillén, que seguía operando desde la cárcel de máxima seguridad de La Palma.
Con cada gesto y cada discurso, en particular con su decisión de rodearse de las Fuerzas Armadas, Calderón ha buscado mandar el mensaje de que no será un gobernante débil.
La decisión es aplaudida por unos y vista con recelo por otros.

