Hace un par de años vimos la tragedia que vivió el pueblo de Timor Oriental en el otro lado del mundo. Los timorenses tenían una sociedad plagada por la violencia la confrontación y la corrupción. Al ver esta situación, la Organización de Naciones Unidas (ONU), sabiamente decidió que Timor debía ser administrado temporalmente por este organismo hasta lograr las condiciones básicas para traspasarle el poder a los timorenses. Estas condiciones son, básicamente, la pacificación del país (desarmando todas las bandas y ejércitos irregulares), el envío y distribución masiva de ayuda humanitaria a la población necesitada y la reconstrucción física e institucional del país.
De vuelta al caso haitiano, si bien a primera vista es un tanto diferente al de Timor, profundizando un poco vemos que estas dos mitades de isla tienen muchas similitudes: ambas son las naciones más pobres de su región y comparten problemas de corrupción miseria, pobreza y falta de libertad. Bajo una administración de la ONU, Haití podrá ser pacificado y transformado de una sociedad violenta a una pacífica. Por motivos históricos y culturales, Francia debería ser el actor principal en esta administración, dirigiendo su componente militar, en conjunto con Estados Unidos y los países de la comunidad del caribe (CARICOM), paralelamente se crearían, bajo la tutela de la ONU, las instituciones básicas de una democracia que incluya una nueva Constitución con reglas claras y que garantice las libertades básicas de los ciudadanos, se sentarían las bases de un poder judicial imparcial e independiente, se tomarían las medidas para combatir la corrupción en todos los niveles y se iniciaría, con apoyo internacional, la reconstrucción de toda la maltrecha infraestructura económica del país.
Bajo el mandato la ONU, Haití sería transformado totalmente, lo que traería como consecuencia la inyección de inversión extranjera tan necesaria para el país. Una vez el país esté en franco proceso de recuperación, las Naciones Unidas podrían comenzar el traspaso escalonado del poder a un gobierno haitiano elegido popularmente.
En ese momento Haití sería un país completamente distinto, un país en paz, aún pobre, pero en pleno proceso de recuperación, y sobre todo con una población que gozaría plenamente de su libertad, que creería en sus instituciones y que tendría la mirada puesta en un mejor futuro.
