El comando especial llegó en avión y se presentó en el hotel a las cuatro de la madrugada. Desactivó las cámaras de seguridad y subió al cuarto piso. Estalló una bomba, y luego de un tiroteo de 15 minutos había tres hombres en calzoncillos muertos en distintas habitaciones: un húngaro de origen boliviano, un irlandés y un rumano. Otros dos miembros del grupo con lazos con Croacia fueron detenidos por la Policía.
Pocas horas más tarde, el presidente Evo Morales anunció desde Venezuela, donde asistía a una cumbre de ALBA, que se había desbaratado un complot para asesinarlo, planificado por elementos de extrema derecha y que incluía a mercenarios extranjeros.
“Antes de viajar di la orden” de que se llevase a cabo la operación, expresó el presidente Morales.
Los extraños sucesos del 16 de abril aumentaron las divisiones políticas y sociales de esta nación, donde Morales, izquierdista e indígena, enfrenta la oposición intransigente de la elite de piel clara de esta rica capital provincial. El vicepresidente Álvaro García atribuyó el complot a la “derecha fascista y racista'”, y otros funcionarios del gobierno afirmaron que era parte de un proyecto separatista de Santa Cruz, mientras que la oposición acusó al gobierno de “montar un show” para obtener réditos políticos de cara a las elecciones de diciembre.
Cuatro países europeos -Irlanda, Hungría, Rumania y Croacia- exigieron lo que los croatas describieron como una explicación “completa e imparcial” de los sucesos, que despiertan muchos interrogantes. Después de todo, “no podían las fuerzas de seguridad haber esperado unas horas y arrestado a los individuos sin derramamiento de sangre durante el desayuno?”.
La intriga aumentó el mismo día de los sucesos cuando las autoridades mostraron a los periodistas fotografías de cuatro de los cinco presuntos mercenarios posando separadamente con armas y presentaron a un mayor retirado de la aeronáutica detenido el día previo por haberle vendido un rifle a uno de ellos.
Dos semanas después del incidente, sin embargo, el gobierno no ha suministrado pruebas contundentes del supuesto complot. Lo que hay es un rompecabezas en el que, según el canciller húngaro Peter Balazs, las piezas no encajan.
Dos de los supuestos mercenarios eran veteranos de la guerra en Croacia. El grupo se alojaba en hoteles de cuatro o cinco estrellas, bebían, paseaban, tenían páginas en Facebook y disfrutaban de los juegos electrónicos.
El eje de las investigaciones es Eduardo Rozsa Flores, 49 años, poeta, aventurero, y el único de los muertos con antecedentes de mercenario.
En septiembre, Rozsa declaró en una entrevista con el periodista húngaro Andras Kepes que lo habían “llamado para organizar la defensa de la ciudad y de la provincia de Santa Cruz”. Le dijo a Kepes que solo podía transmitir la entrevista si no volvía vivo. “No voy allá para atacar La Paz, ni para ayudar a la organización de un ataque contra la capital o para derrocar al presidente... Debe organizarse la defensa, la resistencia”, expresó. Rozsa escribió siete libros, incluido uno de poesía llamado “Lealtad”, e hizo periodismo (trabajó para BBC, Prensa Latina y otros medios).
