Francia celebra el centenario de los dos pensadores políticos más significativos del siglo XX: Jean Paul Sartre y Raymond Aron. A pesar de sus posiciones ideológicas irreconciliables, debemos discernir la línea de divorcio entre estos dos compañeros de generación, graduados en Filosofía por la misma época, ambos discípulos de Husserl y Heidegger en Alemania. Fueron apasionados animadores de fascinantes polémicas que repercutían en los cafés de Saint Germain des Pres, polémicas que muchas veces degeneraron en insultos. Sartre encarnó, a partir de la década de los cincuenta, al intelectual comprometido con las controversias sociales de su tiempo, al pensador de vanguardia, compañero de ruta de la Unión Soviética, apologista de Mao Tse Tung, defensor de Cuba socialista. En la orilla opuesta, más cerebral y menos histriónico, Aron representó al analista político liberal antigregario al que los profesores marxistas le cerraron las puertas de las universidades francesas, porque expuso, con lucidez, que ahora pasma, la alucinación del "opio de los intelectuales" revolucionarios y las contradicciones de los regímenes comunistas. "Los anticomunistas son unos cerdos", estigmatizó Sartre a su viejo camarada de la Escuela Normal Superior de París, en un arranque de ofuscación fulminante. Aron acompañó a De Gaulle en el exilio en Inglaterra y dirigió en Londres La France Libre, mientras en Francia imperaba la censura de prensa de los ocupantes nazis. Sin embargo, después fue la bestia negra de la izquierda, en tanto que Jean Paul Sartre oficiaba de oráculo de la rive gauche del Sena. Aron y Sartre estaban predestinados a ser filósofos académicos. Pero uno derivó al periodismo doctrinario y el otro a la novela, el teatro, la biografía. Sartre era más escritor, más literato. Fue (es) uno de los más brillantes prosistas franceses, cuya versatilidad se derramó en géneros literarios diversos. Aron poseyó una escritura fría, desapasionada hasta la gelidez, premeditadamente antirretórica, que buscaba por encima de todo la exactitud, le mot juste. Se han apagado las últimas ascuas de la militancia revolucionaria de Sartre. Los nuevos pensadores franceses -Bernard Henri Lévy Grasset, Denis Bertholet, Bernard Lefort Ramsay- analizan sus desmesuras políticas y sentencian sus equivocaciones dentro de un revisionismo implacable. Existió una contradicción íntima entre el filósofo riguroso de El Ser y la Nada y Crítica de la Razón Dialéctica y el autor de libros de teoría política coyuntural como Huracán sobre Cuba y los ensayos de la revista Le Temps Modernes. Formó parte de un movimiento de maoístas franceses y fue cofundador del diario Liberation .
La pasión ideológica fue ahogando poco a poco su extraordinaria inteligencia, pasando de filósofo a propagandista, de escritor a libelista. A los finales de su vida, alcanzó a balbucear una autocrítica, después de observar el desmoronamiento de sus castillos revolucionarios. Al revés de Sartre, Aron hoy atrae mucho más lectores, compensando la oscuridad que lo ultrajó durante el apogeo de los dogmas marxistas. Las reflexiones de Aron sobre la obra de Max Weber y Michel Polanyi son discutidas en los seminarios de ciencias políticas de las universidades, no porque anunciaron el auge de ciertas construcciones ideológicas, sino porque son análisis impersonales.
Se leen, asimismo, sus magistrales trabajos sobre teoría marxista, relaciones internacionales, Hegel y otros filósofos. No permitió en sus editoriales y columnas en Le Figaro, y en el semanario L’ Express que la subjetividad o la pasión política sustituyeran a la lucidez. En sus Memorias reconstruye el tiempo de la fraternidad con Sartre, Simone de Beauvoir, Paul Nizan y Merleau Ponty.Irreconciliables en lo ideológico durante su primera madurez, Sartre y Aron unen hoy sus destinos cruzados en los fastos del centenario. La muerte "que con callado pie todo lo iguala", según el soneto de Francisco de Quevedo, reconcilia a estos polemistas franceses porque la posteridad suele ser benévola con muertos de tan resplandeciente inteligencia. Raymond Aron procedía de una familia hebrea de la burguesía francesa; Sartre fue un pequeño burgués de El Sarre, tan mimado como rebelde con su madre. Odiaba a su padrastro fabricante de barcos, con la pasión que Baudelaire detestó a su madre por su matrimonio con el general Aupick. Más allá de las disidencias, su talento iluminó el mundo con un fulgor que Francia acrecienta al cumplirse cien años de su nacimiento.