Si no anduviesen por medio invasiones, bombardeos, muertes, atentados, secuestros, torturas y padecimientos, la retirada de las tropas italianas de Irak -convertida al día siguiente de que la anunciase el primer ministro Berlusconi en simple deseo- pertenecería al género bufo. Es difícil imaginar, con el telón de fondo de la tragedia de Irak, una frivolidad mayor que la de dar a las familias de los expedicionarios y a los soldados allí destacados la esperanza de una retirada a partir del mes de septiembre para dejarla al poco en una mera declaración de deseos. Pero a la vez que se profundiza en lo sucedido aparecen registros aún peores. Porque tal vez no se trate de locuacidad irresponsable -defecto en el que caen muchos políticos hoy día- sino de una muestra de dependencia respecto de aquello que dicta desde Washington el presidente Bush. En efecto: bastó con que éste llamase al primer ciudadano de Italia para que el anuncio de un repliegue quedase por completo anulado. Se trata, Berlusconi dixit, de algo que al primer ministro italiano le gustaría que sucediese, pero, ¿de qué depende que sea así? ¿De su voluntad? No: ya fue manifestada y sostenida incluso después de la rectificación. ¿De lo que pueda decidir el Parlamento italiano? En absoluto; ni siquiera ha sido informado de manera oficial.
Parece, a juzgar por los indicios, que los deseos del primer ministro Berlusconi dependen de lo que el presidente Bush le autorice a hacer. Ni siquiera la coartada de una conversación previa del mandatario italiano con su homólogo del Reino Unido sirvió de nada: Blair negó a toda prisa que él hubiese dado ningún visto bueno y esa válvula de escape quedó cerrada. No, la decisión soberana del Estado italiano acerca del movimiento de sus tropas ha quedado, por culpa de la torpeza de su primer ministro, en sometimiento sonrojante a la voluntad de otro país.
Sorprende que un político tan curtido en las batallas mediáticas como es Berlusconi haya caído en semejantes arenas movedizas. El primer ministro italiano dice obedecer los deseos de la "opinión pública" que ha sido hostil a la guerra de Irak, de forma masiva desde su comienzo.
Pero Berlusconi ha tardado demasiado tiempo en reaccionar para que sea creíble esa razón. Más convincente es el hecho de que las elecciones regionales italianas son inmediatas y las generales, a las que el ahora primer ministro ha anunciado su intención de presentarse, están a tiro de un año. Un tiro que puede salirle a Berlusconi por la culata.
No es Italia el único miembro de la coalición que mueve ficha. Otros países, al estilo de Bulgaria, han advertido de su propósito de ir repatriando sus tropas aunque no sin añadir el matiz de hacerlo "de forma ordenada". Una frase que intenta marcar distancias entre el abandono ligado al enfrentamiento político, como fue el español, y el que quiere mantener el respeto a la política exterior del presidente Bush, al estilo del italiano.
Todas esas retiradas, desde la española a la italiana, son menores. Las tropas, sumadas, no llegan ni al diez por ciento de la coalición británico-estadounidense. Pero el elemento psicológico no debe ser nunca olvidado: proporciona pistas en favor de una idea que cada día resulta más patente. La guerra tal vez se haya ganado -si es que tiene sentido hablar de victoria en este caso- pero la paz de Irak no se ganará ni con las tropas ni con la estrategia de los países ocupantes.
